Todos los trineos deberían volar

Me pregunto qué diablos pinto yo en ésta chimenea.
Todo ha ocurrido tan deprisa que a duras penas podría relatarlo. Y si lo hiciera, ¿Quién sería capaz de creerme?
Debería empezar por el principio, como suele hacerse, pero el principio de ésta historia es sumamente confuso.
Tal vez si retrocediera a cuando era un chaval podría encontrar el verdadero principio. Pero…¿Y si retrocediera demasiado? El lío sería tremendo.
Lo cierto es que me da la impresión de estar soñando. Ya se sabe lo que ocurre en navidades; uno cree ser capaz de devorar una apetitosa fuente de mazapanes y termina en la cama viendo visiones.
No sé si es mi caso. Ya dudo si soy yo ó el vecino del Tercero que siempre viene en Nochebuena pidiendo aguinaldo.
Aquí, en el interior de ésta chimenea, las ideas parecen ser del mismo color que el hollín que me pringa la cara. O sea, oscuras. Más aún, negras.
Y lo más ridículo del asunto es que allí abajo estarán poniéndose las botas sin echarme en falta.
¡Porque es que hay que conocer a mi familia!.
Poco a poco voy descubriendo nuevas cosas. Por un lado noto en la jeta algo peludo. Parece una barba. Sí, lo es. Siendo barbilampiño como soy, la cosa no parece muy lógica.
La escasa luz que me envuelve me impide ver cómo estoy vestido. Sé que llevo algo en la cabeza porque me hace sudar y me aprieta en la frente.
¿Un sombrero? ¿Un gorro de esquiar? ¿Tal vez un casco?. ¡Estoy tan confuso! Y las paredes de éste lugar no me ayudan demasiado.
Bien. Recapacitemos. No cabe duda de que el tipo que está metido en éste tugurio debo ser yo. No es que esté muy seguro. Podría ser el gamberro ese que pega a mi hermano cuando no se baja el balón a la calle, ó el deshollinador que ha contratado la Comunidad de Propietarios. Cualquiera puede meterse en una chimenea.
Pero si el que está aquí atrapado fuera otra persona, ¿Por qué debería yo estar tan preocupado?. Pagaría todo el oro del mundo por encerrar en éste sitio a más de una persona. Y pondría la tapadera. Si, señor.
Finalmente me he dado cuenta de que soy yo la víctima. Lo he sabido cuando he eructado. Nadie en éste mundo puede hacerlo habiendo comido remolacha con berberechos. Es imposible.
Pues bien, eso no me aclara nada. Vuelvo al principio. Soy yo. Pues que bien. Eso ya lo daba por sabido.
La pregunta clave radica en saber el cómo he terminado aquí. La mayoría de la gente pensaría que es la consecuencia inevitable de andar por el tejado sin ver tres en un burro.
Pero, ¿Qué hacía yo allí arriba?. ¡Si tengo vértigo!. ¡Si me asusta subirme a una escalera para colocar la bombilla del salón!.
Yo. El tejado. El hueco. Atrapado. Es una deducción lógica si no tuviera en cuenta mi pánico a las alturas.
¿Cómo explico ahora lo del pelo en la barbilla y el artilugio que reposa en mi cabeza?.
¿Y si fuera un ladrón que me hubiera disfrazado para dar un golpe sonado en la gran noche?
¿Robar a mi propia familia? ¿Y con invitados? No quedaría bien. ¿Dónde iría a parar mi reputación de niño bien? ¿Y la de mis padres?. Pero el disfraz…No, no creo que sea esa la causa de éste embrollo.
No soy un ladrón. Algunas cuartillas en clase, algunos albaricoques en la frutería de la esquina. Nada grave. Ninguna fechoría digna de tener en cuenta.
Siento un calorcillo que viene de abajo. Huele como a chamusquina…como si quemaran algo.
Empiezo a sudar. Esta barba es cada vez más incómoda.
Lo que más rabia me da es que apenas puedo moverme. De repente he descubierto que poseo una barriga enorme. Choca con las paredes y me impide deslizarme. No recuerdo haber comido tanto. ¡Si me ido al principio de la cena!.
¡Eh! ¿Qué son esos gritos?. ¿Un chiste?. Seguramente mi padre con alguna aventurilla. Aprovecha cualquier ocasión para intentar hacer reír a la gente. No creo que sea para tanto. Vale con una sonrisilla de cumplido, una risita oportuna. Él debería darse por satisfecho.
Oigo la tele en la lejanía. También oigo a mi tío decir no sé qué de los langostinos.
¡Dios mío! ¿No se dan cuenta de que falto? ¿Cómo pueden tener la desfachatez de usurpar la ración de marisco que me corresponde?.
¡Hace tanto calor!. Este traje es insoportable. Me estoy agobiando…¡Si pudiera trepar un poquito!.
Voy a ayudarme con los brazos. Un impulsito y arriba. ¡Vaya por Dios! ¡Me he vuelto a resbalar!.
Otro intento. Nada, no hay manera. Pues si que…La Nochebuena que estoy pasando es de lo más graciosa. A quien le cuente todo esto le va a dar un ataque de risa.
¡Ahora caigo! ¡Lo de abajo debe ser fuego!. No lo veo pero empiezo a sentirlo. Lo sé porque hay humo y toso. Han encendido la chimenea sin percatarse de que hay algo dentro.
Tal vez cuando la casa se les llene de humo lleguen a darse cuenta. Cuando les piquen los ojos, cuando no logren verse por la humareda, entonces…
¿Y si piensan que hay un nido?. Mi madre meterá la escoba y comenzará a atizarme sin piedad. Casi prefiero quemarme.
Ahora estoy convencido de que hay que subir. Si el barrigón me lo permite podré ser libre.
¡Es inútil!. Ya estoy hasta pensando que me lo merezco. Siempre pasa lo que sucede, y a menudo ocurre lo que es inevitable.
Resignación. Esta noche, carbón.
Pero…¿Qué pasa?. Oigo pasos en el tejado. ¿Me habrán descubierto?.
Alguien se acerca. Debe ser inmensamente gordo porque oigo tejas que se rompen.
Efectivamente hay una segunda persona allá arriba. Voy a llamarle. ¿Qué rayos pasa? ¡Esta maldita barba no me deja hablar!. Gruño. Gesticulo. Pego nerviosas patadas contra las paredes. Con cuidado, si, no quisiera caerme.
¡Se está asomando por el hueco de la chimenea!. No puedo verle la cara. Apenas atisbo su silueta.
¿Se habrá dado cuenta? Me gustaría pensar que sí. Esta estupidez ya me aburre.
Me hace señas. ¡Me ve, me ve!. Pero no dice nada.
Algo ha caído sobre mi espalda. Es una cuerda anudada. ¡Estoy salvado!.
Trepo. Rozo con todo. Me percato de mis voluminosas dimensiones. Me asombro.
Ya estoy casi arriba. Hace menos calor. Cielo. Estrellas. Aire libre.
Ahí está el tipo ¡Que gordo es! ¡Si va vestido de Santa Claus! ¡Que ocurrencia a su edad! Le disculpo porque en ésta noche todos hacemos tonterías.
Me habla. Lo hace con acento extranjero. Su lengua de trapo me provoca risa.
Adivino que me pregunta por mi estado. Sus carcajadas me ponen nervioso. Hay en ellas una extraña mezcla de bondad y pitorreo que me mosquea.
Tengo que reconocer que el individuo se lo ha montado bien. Su traje es perfecto y su actuación es creíble.
Además tiene su mérito el haber subido hasta aquí con ese trineo. Oigo mugidos. ¡Son ciervos!. ¿Ciervos?. Lo de éste hombre si que es un disfraz logrado. Cualquiera diría que es el mismísimo…
Se despide con un apretón de manos. Sigo sin entender su extraño acento. Me ha dejado un saco y ha dicho algo sobre lo que le he facilitado el trabajo, que tiene prisa y que se pira. Generoso si que es.
Sale volando en su inmenso trineo. Debe ser un truco y me dan ganas de aplaudir. O bien que el hollín ha trastornado mis ojos.
Le pierdo de vista. Me ha caído bien.
De repente me doy cuenta de que yo también voy vestido de Santa Claus. Ahora me explico lo de la barriga, el gorro, y la barba blanca.
Ya recuerdo. Era una broma familiar. Mi hermano pequeño todavía cree en estas cosas y yo he pretendido hacer una escena. Lo que sigo sin entender es mi poca cabeza al haber querido entrar por la chimenea. Tengo claustrofobia.
Ahora solo me queda bajar de aquí. La escalera de incendios parece una vía más segura. Tengo ganas de acabar con ésta farsa. Con un poco de suerte me habrán guardado un poco de cava.

El calor del hogar. El follón de los invitados. La vuelta del hijo pródigo.
Todos parecen estar contentos de lo aquí sucedido. Digo todos pero digo mal. Mi hermanito ha descubierto el engaño, y regalos en el saco que no había pedido.
¿Cómo explicarle lo del tipo del trineo y el cambio de mercancías?.
No pienso volver a intentar lo de la chimenea. Perdería la noche.

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