Remate de chilena

Día 0

Aeropuerto de Barajas. Llego casi 3 horas antes. Increíblemente vacío. ¿Agosto?.

He llegado de la playa a 180 km/h. Como si quisiera irme. Pero no. Desearía quedarme. Desearía no haber dicho "sí" a Chile. Desearía que no existiera Chile.

Tengo un localizador. Un maldito número con derecho a coger un avión. Está ya pagado, y no me han dejado hacer cambios. Me voy un día antes de lo lógico. De un viaje ilógico. Me automotivo con la idea de que va a servir para pagar mis vacaciones high class. Me desmotivo acto seguido pensando en que a lo peor no me pagan.

Mostrador de Iberia. Cualquiera vale, me dicen. No me dejan hacer trampas diciendo que no lo encuentro. "Lo tiene enfrente, señor". Pero no quiero verlo. Empujo el carrito. Trolley en inglés. Voy despacio. Muy despacio. Casi no llego. No quiero llegar.

Entrego el billete y subo la maleta a la báscula. Pesa 11, pero mi equipaje de mano por lo menos 16. Podría hacerlo al revés, pero llevo el neceser. Los maleteros del “otro” mundo serían capaces de forzar cosas por mi dentífrico Sensidine. Cuesta una pasta.

"Hay problemas con su billete, señor"...¿He oído bien?. Suena con música de lira y arpa. Melódico. Sonrisa como pocas he puesto en mi vida. "Lamento decirle que hay overbooking". Bendigo a los chilenos. Especialmente a los que cogen su avión un domingo por la noche. Bendigo la palabra overbooking, que hasta ahora asociaba a la idea de ponerse unos libros debajo para llegar bien a la estantería.

"¿Quiere eso decir que no me puedo ir en el vuelo?" pregunto, dejando escapar una risita. "No, quiere decir que tiene que esperar un poco. Ahora se lo soluciono". Pero yo no quiero soluciones de esas. Quiero que Iberia haga lo que normalmente hace, pero sin suspense. Tan fácil como dejarme en tierra. Y rellenaría más de un formulario poniendo por las nubes al servicio al cliente. Por su piedad en mi caso. Por lo guapas que me parecen todas y cada una de las chicas de los mostradores. Y los pilotos. Y los azafatos que siempre te dicen que no olvides poner el asiento en posición vertical al despegar y aterrizar.

Pero espero. Para que no se me note. Y bromeo con la del mostrador. Le digo que no se me ha perdido nada en Chile. Y que aquí hace sol. Y que el duro invierno no me sienta nada bien.

Ella se ríe, y noto que le caigo simpático. Lo interpreta como que debe hacer un esfuerzo extra, y vuelve a llamar. Y le confirman la plaza. Retiro mi opinión de Iberia. Y la de la belleza de los azafatos. En realidad siempre me han parecido como con plumilla.

Y me emite la tarjeta de embarque. Sonriendo. Pidiéndome perdón por esperar. Lo hace dos veces, porque en la primera ocasión no me ve. Me he escondido bajo la bandeja del mostrador. Como se ha abalanzado me ha visto. Y le he contestado que muy amable, que no sabe cuanto se lo agradezco. Y pienso que no es tan guapa. Ni tan eficaz.

Paso el control de pasaportes y no me detienen. Se me acaban las oportunidades. Paso el escáner, metiéndome todo el suelto en los bolsillos. Para que suene y me paren. Pero suena y no hacen nada. Me han debido ver haciendo la triquiñuela. O están duros de oído.

Ya estoy en la sala del Duty. Tengo todo el tiempo del mundo. Pienso en emborracharme, porque además el bar es el único sitio donde puedo fumar. Pero antes necesito tabaco. Voy a Aldeasa. Además tengo que llevarme una botella de Torres 10 para un chileno.

Miro el precio del Marlboro. La caja es mona, y la llaman jumbo box.

"El pasajero Don Pablo Martín haga el favor de pasar por la oficina de tránsitos de Iberia. El pasajero Don Pablo Martiiiin". Ha sonado por el altavoz. He debido perder la tarjeta de embarque en una de mis trampas fallidas. O han tenido piedad. La del mostrador no estaba tan mal, ahora que lo pienso.
Llego. Hay un señor canoso. Los señores canosos siempre dan malas noticias. Pero deseo que me dé una mala noticia de las de siempre.

"Señor, me alegro de comunicarle que le han hecho un upgrade a Business". Al principio no entiendo. Es como malayo ancestral para mí.

"A la señorita que le ha atendido le ha debido caer bien". Y ya entiendo. Me han dado un billete de rico. De dormir a pierna suelta. De cava antes de despegar. Con azafatos victorianos. Pero pensándolo bien, caer bien habría sido no darme plaza. Con lo que he llorado.

Me alegro un poco. Caballerosamente le exijo al canoso que me facilite el número de la susodicha. Una tal Elena. Tiene nombre de irse de afterhours. Hablo con ella. Le doy las gracias, y no sé que más de que nunca seré capaz de olvidar este detalle. Y ella se pone muy contenta. Cinco minutos al teléfono. Me habla de su trabajo. De lo poco frecuente que es encontrarse con gente amable como yo. Y le digo que todo sería más fácil de esta manera, pero que en ese caso tendrían que hacer un Airbus solo de plazas de Business upgraded. Se ríe y nos despedimos. Ya sé que cuando quiera perder un avión nunca iré donde Elena. O si quiero ir en Gran Clase por la cara.

Con mi billete regalado vuelvo a Aldeasa. Compro LM, unos auriculares, y el Torres 10. Todo me sale muy barato porque están de promoción especial. Y además me han dado una litografía de Tarzán. Se la doy según salgo a un niño nigeriano. Por todo lo que le hicieron pasar en las películas cuando atravesaba territorio watusi.

No tengo nada que hacer. Veo un enchufe y saco el laptop. Estreno auriculares oyendo a Aerosmith. Y escribo e-mails, porque me parece el colmo de la pijería aeroportuaria. No podré enviarlos hasta la mañana siguiente. Jamás creerán que fui capaz de escribirlo al lado de la Puerta A10.

Después de un par de cervezas y hablar con mi amigo Luis por teléfono, espero la cola de entrada al avión. Entro y me meto en Business. No me lo creo todavía y me medio-siento. Se me sienta una abuela chilena al lado. Comprendo que no habrá conversación nocturna.

Consumo de todo. El cava, las toallitas calientes (repito para hacer gasto), el vinito blanco, los auriculares, la bandeja de la cena (pero las salchichas las dejo por su color, su olor y su plastificación), el monitor unipersonal, las mantas (varias), las almohadas (la de la abuela también, que no se da cuenta y pide otra), un par de baileys, un par de cafés, reclino y des-reclino el asiento muchas veces, y enciendo sucesivamente la luz. Solo me ha faltado sacar el salvavidas y pedir que me enseñen la cabina.

No duermo mucho, como de costumbre. Me trago un horripilante Estrenos TV. Leo Dilbert & Dogbert. Y me duermo. Pero poco.

El viaje se me hace eterno. La abuela duerme. O se ha ido al otro barrio. Respira poco. La manta no se mueve.

Catorce horas después sale el mapa en la tele. Hemos pasado Asunción.
Relleno la tarjeta de inmigración. Me dan ganas de hacer una caricatura de Pinochet. Pero la abuela me mira. Por su edad, podría haberle dado el pecho. En tiempos.

Vamos a aterrizar, y descubro que la abuela habla. Me cuenta cosas de Chile, pero yo miro hacia los Andes. Cortesía conversacional. No lleva a ninguna parte. Demasiado tarde, abuela. En Chile no la volveré a ver...


Día 1

Mi maleta que pesa 11 tarda en salir. Mientras tanto he fumado a hurtadillas, rodeado de militares. También he sacado un billete de taxi. 20 pavos.

La abuela se despide en la distancia. Me siento culpable. No por no hablarla en el avión, sino porque en su intención de decirme adiós la han golpeado con un carrito. Ha medio-caído.

Salgo sin declarar. Pero me han entrado tentaciones de confesar. Me recuerda a algo y no sé a qué. Tengo remordimientos porque no he declarado el Torres 10. Y había un impreso en el avión en el que había que poner toda la comida y bebida que se llevaba encima. Para la aduana.
Cuando salgo, hay alguien con un letrero y mi nombre. Me alegro, pero he tirado 20 pavos. Para empezar bien el viaje.

Lo soluciono. Cojo el dinero y me voy.

En el coche, voy detrás. Como un señorito. Fumo y le mancho su cenicero nunca estrenado.

Me habla de muchas cosas. Muchas más de las que le puedo permitir. Fútbol, Pinochet, y de que quiere ir a Perú porque le han dicho que todo los taxis son de tamaño cinquecento. Le digo que eso no es posible, porque qué hacen con la gente que transporta baúles. Y el me dice que los pondrán en la parrilla. O que la gente no vaya con baúles a Perú. Tiene lógica.

Me asusta diciendo que el hotel al que voy lo inauguró Pinochet en el 88. Y que nadie lo conoce. Y que el de recepción y el botones han hecho la mili y nunca la han terminado. Porque siguen haciéndola.

Llego al hotel. Todos de paisano. Pero pelo sospechosamente corto. En la Recepción hay banderas. Y escudos. Y un compact con el careto de Pinochet donde creo que pone "campeonísimo". Podría comprárselo a alguien, pero me da un poco de miedo el intento.

Tras comprobar su libro de registro, no estoy. Debe ser un error, pienso. Pero no lo digo porque ellos nunca se equivocan. Y porque a lo mejor me puedo ir por donde he venido.

Efectivamente. No es ahí. Es en un tal Hotel Neruda. Nunca sabré cómo pudieron saberlo. Solo di mi nombre. Hay conexiones secretas que no me explico. Estoy como vigilado.

El chofer no se había ido por su inexplicable lentitud rellenando el vale de viaje. Aprovecho la circunstancia y me meto dentro otra vez. Le digo que al Neruda. Se sorprende pero acelera.

El Neruda es 5 estrellas. Entonces empiezo a pensar que es una broma pesada. Pero sí. Yo figuro en el Registro. Y me dan la 323.

La habitación es normal. Pero el minibar no es normal. Como no tengo ni idea del tipo de cambio del peso, todo me parece barato. O caro. Hago planes. Pero solo.

Dedico la mañana a escribir e-mails, chatear, y llamar.

Escribo tal vez treinta e-mails, y llamo a los chilenos. Quedan conmigo a las 3.

No duermo nada. Intento cambiar mi horario.

A las 3 vienen los chilenos. Han comido y yo no. Hacemos ademanes mutuos. Yo les digo que no se preocupen por mí, que me como un sandwich después. Ellos me quieren llevar a comer. Y yo que no. Algo ha debido salir mal en la discusión, porque me quedo sin comer. Ni el sandwich.

Me llevan a la Escuela de Negocios IEDE en metro. Solo es una estación. Los muy vagos. O que me quieren enseñar lo bonitos y limpios que tienen los vagones.

En IEDE me reciben como a un gurú. Me llaman Don Pablo, y me preguntan cosas. Les explico cosas.
Tengo un par de reuniones absurdas. Les digo que tienen mal enfocado el negocio de "bisnissculs". Que en España hacemos otras cosas. Que la Multimedia ha muerto hace tiempo. Que Internet es un chollo. Y que yo les puedo ayudar. Asienten. Se alegran. Me dicen que tenemos que hablar sobre esto. Que les he venido bien porque es una reflexión que mantienen desde hace algún tiempo.

Al Director Académico le digo que juego al tenis. Y me reta. Le digo que no tengo raqueta. Pero me dice que él tiene de sobra. Pero no tengo zapatillas. Pero él presta. No me atrevo a pedirle calcetines. A lo mejor acaba de jugar un partido ahora mismo.

El reto está ahí. Intento disuadirle diciendo que vengo de jugar contra ingleses que se hacían los chulos. Y que les había dado un repaso. Y que los chilenos no son ni la mitad de chulos. Se pica. Le hago apostar. Si gano, quiero el doble de dinero por las clases. Se lo piensa. No hemos quedado ningún día en particular. Mala señal.
No tienen los casos. Llevo un verano en La Manga haciéndolos, y no saben usar bien Outlook. Pero tengo diskettes en el Hotel. Tras otra reunión, me acerco con un chileno a recogerlos.

En el camino de vuelta, dejo un carrete a revelar. Llego a IEDE, y les doy los diskettes. Les digo que no los pierdan. Que ya está bien.

Vuelvo camino del Hotel. Como a las 7. Saco dinero en un cajero bankofboston, y casi me dejo la visa dentro. Recojo las fotos. Empiezo a odiar Chile. Otra vez.

Apesadumbrado y solo, decido comprarme unos zapatos. Solo me he traído los de verano. Mañana quedaría mal con los que llevo. Despiden arena.

Compro unos zapatos chilenos. Como 5000 al cambio. No los miro mucho. Creo que los voy a usar en Chile, y cuando vuelva a venir a Chile.

Aprovecho para pasear. Me deprime volver a las 8. No he comido y no tengo hambre. Pero vuelvo.
Me han planchado mis 8 camisas arrugadas de la maleta que pesa 11. Incluyendo las de las manchas amarillas en el cuello de un viaje anterior a Brasil. Que nunca se llegaron a ir.

Enciendo el portátil, y me decido a escribir. Misteriosamente alguien abre la puerta y me pilla en paños menores. Es la que viene a abrir la cama. Le digo que yo duermo encima de la colcha. Y que disculpe que le hable a distancia y tapándome con una de las puertas del armario. Se va. Creo que cortada. O riéndose.
Como nadie se ha ofrecido a sacarme a cenar, decido pedir algo en el Hotel. Mientras escribo. Voy a pedir hielos. Nunca se sabe si me va a dar un arrebato de bebersolo.

Mañana tengo clase. Por fin. Me han enseñado un horario terrible. Implica Sábado de 9am a 10pm, y Domingo de 9 a 2.

Les obligaré a invitarme a copas. Sin piedad con ellos.


Día 2

Son las 7 y me acosté a las 3 escribiendo lo del día 1. Sin despertador. Sin responsabilidad. Teniendo tiempo. Demasiado tiempo.

Me he levantado semi-inconsciente, y con ganas de fumar. Hacía dos años de esto. Caí en Sao Paulo. Un día. Pidiendo un cigarrillo a una compañera de stand.

Mi habitación es digna de Van Halen en gira mundial. Restos del Océano Pacífico, un sandwich con todo. Papeles descolocados encima de la mesa. El portátil abierto. Monedas en el suelo. Y sensación de sueño, pero en un sindormir.

Fumo y consulto e-mails. Me han contestado a todos y cada uno. Contesto a todos y a los cada uno. Después intento dormir. Lo consigo pero durante una hora. No es mucho. Y me levanto en la misma situación. Pero sin e-mails.

Definitivamente las 8 es la hora que me toca. Sin planes durante horas. Me planteo dar una vuelta. Incluso hacer footing. Sin zapatillas. Con los zapatitos de playa. Y desisto.

Hasta las 10 leo varios documentos que me han dado en IEDE. Artículos aburridos de CRM, WAP, M-Business,...También me decido a contestar e-mails absolutamente corporativos. Y me entra sopor.
Chateo algo. Se me va el sopor. Suena el teléfono. Virginia, mi asistente. Le escribí para que me llamara a sus 4 que son mis 10. Métricas. Campañas. El eterno marrón del Zumo de Red, nuestro boletín. No se qué de un site mejicano.
Después Salva, que lleva el marketing con patrocinadores. Eventos. Stand. Reunión que tiene y que no me importa mucho. Cuelgo.

Llama Luis. Por Conector y los chilenos que son como motos. Es una conversación absurda. Sin instrucciones. Sin resultados. Pero me alegro de hablar con él. Está como aletargado. Como en la playa sin estarlo. Mañana tengo una reunión con un pez gordo financiero. Y me tendré que inventar Conector. En Chile.
Todo este proceso ha llevado casi hora y media. Son casi las 12. No he desayunado. Ni ganas. Salto a la torera horarios.

Sigo leyendo cosas. Después me ducho. Y me afeito. Y me corto con mi Mach 3. Que nunca produce cortes. La toalla ha cambiado de color. Como a rojizo.

Vuelvo a la mesa. ¡Terror!. No he desconectado. Y marca 40 minutos. En un 5 estrellas. ¿Pagará IEDE?.
Es casi la 1,30 y me llama el chileno. El que no me llevó a cenar. Quiere que quedemos a las 4,30 para ver temas de la clase de hoy. Tiene miedo de que le pise cosas de las suyas. Y acepto. Hasta las 6 no hay clases. Me parece mucho para ver cosas.

Para pasar el rato he pedido un Océano Pacífico. Como siempre desde que estoy aquí. También he retocado cosas en Powerpoint. Y he redactado las instrucciones del caso Netjuice.

A las 4 me visto. Por fin. El pantalón me queda muy grande. Comprendo que he adelgazado un montón. El tenis en La Manga. Por comer poco en Chile. O...me viene a la cabeza un trozo de canción..."and my clothes don´t fit me no more..." . De Bruce. En la película "Philadelphia". ¿Será aids?

Me pongo mis zapatos chilenos. Que son duros. Que hacen daño. Que son feos. Y color caca.

Me piro del hotel andando. El portátil pesa como un fiambre. Un kilómetro largo de camino. Voy.

Observo a la gente por la calle. Muchos con antepasados indios. Presumo. Mucha gente lleva mis zapatos. Exactamente iguales. Color caca. De a 5000. Y me dan ganas de comprar kanfort. Para teñirlos.

Los chilenos no son muy guapos. Son como morenos. Pero también como indígenas. Los ejecutivos no se han enterado de que hay un país llamado Italia. Y que hace ropa. Y que se pone de moda.

Llego a IEDE. Con la lengua fuera. El chileno llamado Rivas no ha llegado. Imprimo lo que he hecho. Hasta que llegue.

Me molesta que todos me llamen Don Pablo. Y de usted. El bedel me llama señor profesor. Y me pone años encima.

Una secretaria que tiene casi los años de la abuela del avión es asquerosamente amable. Servil. No me deja que haga nada. Que me siente y espere. Que ella se ocupa.

El chileno llamado Rivas aparece. Nos reunimos. Y me quiere vetar la mitad de mi exposición. Porque son demasiadas diapositivas. Porque ya lo han visto. Porque él lo ha dado. Acepto quitar tres. Le digo que el resto lo daré de pasada. Y me he dado cuenta de que está un poco pez en Internet. Las que quería quitar tenían chicha. Las que quería dejar son de parvulario.com.

Llega la hora de clase. Vienen a presentarme dos personas. El chileno llamado Rivas asume el protagonismo. Y hace una introducción que me avergüenza. Dice que soy una de las personas que más sabe de Marketing en España. Me recuerda a lo que me dice Chema, mi jefe, cuando después me da el palo. O me baja el bono. O no se lo quiere dar a Martin Dijkman.

Disfrazado de gurú, empiezo. Dos profesores se quedan a la charla. En total son como treinta.
Rollete Netjuice. Rollete Baquía.com. Y rollete de Estrategias y Oportunidades en Internet.

En la explicación no se duermen. Ni bostezan. Toman notas a toda mecha. Alguna vez me interrumpen. Siempre asienten. ¿Y si les estuviera contando una enorme mentira?.

En el descanso les pregunto que qué tal. Una dice que hablo muy rápido. Le contesto que ellos oyen lento. Y se ríen. Siempre que hablo en serio la gente cree que estoy haciendo un chiste. Tengo un mal posicionamiento.

Subimos a la cantina. Que tiene unas vistas panorámicas. Y camarero que sirve cafés. Tipo Yale.

Me agobian. Todos tienen proyectos. Todos quieren progresar en sus trabajos. Todos dicen que han aprendido mucho. Todos dicen que les ha encantado la charla. Y todos me piden cigarrillos.

Volvemos. Les amenazo con terminar a las 10,30. Una me dice que tiene una niña pequeña. Que se tiene que ir a menos cuarto. Y se lo permito.

Caso Netjuice. Les dejo poco tiempo. Que se reúnan y expongan después. En cinco minutos.

Les doy instrucciones. Pero pocas. Me largo a la cantina a fumar. A las 9,30 vuelven.

Exponen. Copian al milímetro lo que yo he dicho en clase. Uno de los que exponen creo que es actor. Me mola como lo explica. Es como Roberto Benigni. Y me río.

Creen haber resuelto Netjuice. Les digo que no han aportado gran cosa. Y les explico la historia. Alucinan. Quieren trabajar en Netjuice. Moto que he vendido.

Terminamos a las 10,30. Y quieren más. Quieren abordarme. Les digo que con ellos, tres sesiones más. Que entonces. Pero también les digo que quiero una fiesta. Y ver Santiago la nuit. Y dicen que organizan algo el Jueves después de clase. Hago cuentas. El Jueves lo tengo libre, a pesar de mi agenda.

También pienso que tengo cinco grupos distintos. Y que les voy a exigir lo mismo. Serían cinco noches de juerga. Ha funcionado el push marketing.

Al salir me siguen preguntando. Me piden consejos. Y saco una especie de gurú que tengo dormido dentro. Total, las 11,30 .

Vuelvo al hotel. Solo. No hay nadie por la calle. Mi portátil y yo. Y un mendigo.

Pido un Océano Pacífico. Para variar. Me pongo a escribir. Y me doy cuenta de que me va el dar clases. Y el proponer yo las juergas.

Día 3

Anoche me quedé hasta las tantas viendo cine mudo. En Chile. También vi Ally McBeal. Una de las pocas cosas buenas de este país, es que todo es en V.O.

Creo que me quedé dormido como a las 4. Y me he despertado a las fatídicas 7. Mi cuerpo es ya un despertador automático que me acorta el sueño. Da igual lo que haya hecho. Se incorpora con los gallos.

Lo primero que veo cuando me levanto es el portátil abierto. Es una costumbre. Bueno lo primero que veo es el edredón. Es como de Luis XVII. Yo creo que ya lo usaba él.

Automáticamente me conecto. Es un movimiento reflejo. Mi dedo se mueve ya solo hacia el power. Y pincha después el icono ATT. Y después aparecen los correos. Los corporativos me dan pereza. Siempre pienso que tengo mucho tiempo para hacerles caso. Y siempre no les hago caso.

Hasta las 10 he sido víctima de mi ordenador. Entre medias me he duchado. Y no me he cortado con la Mach 3. Porque he usado y me he cortado con la Gillette Contour. Hoy tocaba con esta. Gillette ya tiene su testing man.

A las 10 llama Salva. Se ha tomado al pie de la letra el que me llame. No sé si le deja más tranquilo. Me habla de Méjico y del Congreso. Y me pregunta por el IEDE. Después viene Virginia. Y las campañas. Y el poco dinero que tenemos. Y no sé qué de Rozallah de Brasil.

Cuando estas cosas pasan, me entra un inerrefenable auto-empujón hacia el Messenger y mis amigos que están en el Messenger. Hoy tocaba secreto y ha habido secreto. Me han dado una mala noticia. Secreta, sí. Pero mala noticia. Baquía se va. Y con Baquía me debo ir yo. Y me entero en Chile. Cuando no hay un sitio menos motivante para quedarme escapado.

El chateo se ha cortado bruscamente porque tenía una reunión que luego no ha habido. Para compensar, el chileno llamado Rivas me ha llevado a otra. Con una consultora que quiere hacer Conector. Y parece interesante. Un diablito en mi hombro derecho me decía insistentemente que firmara ya. Un angelito en el hombro izquierdo, y con un terrible parecido a Chema, me hablaba de la estrategia general del negocio. Y movía sus alas mientras decía que ni se me ocurriera.

Las cosas han quedado en el aire. Como hasta Barcelona. Porque vendrán. Yo me he sentido aliviado. Nadie contradice a un angelito. Hay que confesarse después.

Después he ido a IEDE. Hoy tocaba MBA Classic. Esa especie de curso lleno de niños bien con poca experiencia. O ninguna. Y que no tienen ni idea de Internet.

Sabiendo de su ignorancia me he aprovechado. He sido muy gurú. Mesiánico en mis mensajes y mis avisos a navegantes. He hablado de la muerte del mundo tal y como lo conocemos. De que va a haber pocos supervivientes. Y de que los que hacen MBA ya aparecen en la lista de bajas. A no ser que cambien el chip.

Como sé que hablo rápido y soy tajante, me aprovecho de ello. Me gusta la sensación al verles tomar notas.

Es como si les diera la receta de la salvación. Es como si se sintieran perdidos perdiendo una clave. Cada frase es un código secreto.

Y como siempre, tengo demasiadas diapositivas. Al principio me preocupaba el desorden. Y que pensaran que no estaba bien calculada la exposición. Ahora me da igual. Paso de la 10 a la 25 sin ningún tipo de remordimiento. Y disfruto viéndoles perdiéndose mientras pasan páginas y se preguntan entre ellos. Y nunca están en la página que deben. Y nunca preguntan al gurú. Y por eso debe ser que toman tantas notas. Para disimular.

Los descansos son cada vez más cortos. Mi rollo retrasa sus cafés. Por eso luego hablo con ellos en la cantina. Para desdramatizar.

Hoy tocaba Netjuice otra vez. Y he tenido la misma sensación que en "Atrapado en el tiempo". Las mismas palabras. Las mismas instrucciones. La misma arenga diciendo que esto es Internet, y que les voy a dar mucho menos tiempo del que requiere preparar el caso. Ni siquiera para leerlo. Porque son ocho hojas densas. Que lo he escrito.

También les digo que no voy a resolver dudas. Que no hay tiempo. Que como es Internet hay que buscarse la vida. Y aprovecho el estar ocioso para subir a la cantina y fumar. Y hablar con el bedel. De las mujeres argentinas, que le gustan. Y de Zamorano el futbolista, que también le gusta. Y una cosa no tiene que ver con la otra. Salvo que coinciden en tener piernas muy valiosas.

Terminan religiosamente a la media hora. Y les hago escribir sus conclusiones en la pizarra. Como en el colegio. Y les hago explicarlas rápidamente. Como en el Internet. Aunque esto sea mentira. Les digo que todo es por time to market. Y dicen sí, porque me lo han oído en la clase. Este tipo de respuestas me recuerdan al flautista de Hamelin.

Como era de esperar, han repetido lo que les había explicado. Y les he dicho que no aportaban nada. Alguno se ha atrevido a criticar la estrategia de marketing de Netjuice. Y le he dicho que yo era entonces el director de marketing de Netjuice. Y se ha callado como un muerto. No puedo permitir ataques frontales. Soy el gurú.

Creo que les he convencido. Dejando aparte las típicas frasecillas de peloteo de final de clase, más de uno me ha dicho que ha cambiado el chip. Y que cuándo me iba. Esto último no sé si significa que me quiere explotar o que me quiere ver fuera de Chile cuanto antes…

A la salida del edificio, me han presentado a un tal Milovic. Es un argentino que viene de España. Y no de Argentina que está más cerca. Es profesor en IEDE Madrid. De Operaciones y Producción. Y me he vuelto con él al Neruda. Hablando del mar y de los peces.
Queriendo como quería conversación (él), he tenido que quedar para tomar algo. A menos diez. He comprendido que esta noche no tocaba Océano Pacífico. He comido una ensalada a la que llaman Plato Vegetariano nº1. En un sitio que se llama Pizza Plaza. O no.

Cuando hablas con un argentino siempre se habla de Argentina. Y de Perón. Y del Peso. Y de Bariloche, donde nunca he estado. Hay argentinos que hablan de fútbol. Otros de psicología de masas. Otros incluso de comercio electrónico. Pero el argentino llamado Milovic me ha hablado de la fábrica de compuestos químicos en la que trabaja. Y también de la mezcla de razas de los indígenas. Y de que su padre es de ascendencia yugoslava. También de que hay tours por Santiago a 70 dólares. Donde terminas en un "café con piernas". Le he dicho que de eso no uso. Y él me ha dicho que tampoco, pero que lo incluía el tour y no hay descuento.
Que te obligan.

Una larga hora y media después, me ha dejado escaparme. En el pasillo de la Planta 3 me ha hecho la pregunta del millón: que hacia dónde se observa una tendencia inequívoca de las comunicaciones móviles.

Me han dado ganas de darle un guantazo. Le he dicho que hacia las comunicaciones móviles. Y me ha contestado que lo sabía, que estaba seguro de ello.

Después me he fijado que duerme en la 311. Y me he jurado nunca llamar a esta puerta.
Y pasar siempre sin hacer ruido por el pasillo a esa altura.

Día 4

Hoy sí que me ha despertado Salva. Lo que quiere decir que he podido dormir - ¡por fin! - hasta las 9,15. Mi cuerpo me ha dado permiso. Veremos hasta cuando esta bondad.

Salva es un tipo sumamente amable. Prepara el terreno con preguntas personales, y solo me informa de lo absolutamente necesario. Y con el timing preciso. Hoy me ha debido encontrar especialmente anti-corporativo. La conversación ha durado poco. Sin Virginia. Y con monosílabos por mi parte.

Después, el e-mail. Hablando con una amiga de no me acuerdo bien qué, he recordado cosas que casi tenía olvidadas. He traído a mi memoria una encuesta que hice sobre el miedo. Como respuesta a la envidia que me ha dado saber que conocía a un tipo del FBI. También ha provocado que recordara a Medina, un hippy con el que tuve una amistad curiosa. De primer porro y "la vida es bella". Medina desapareció del mapa de mi vida casi tal y como había entrado. Colocado y en un autobús donde todo era buen rollo y Jefferson Starship.
También he pensado en la muerte. Y en el suicidio. No en el mío, que estuve a punto de intentarlo antes de darme cuenta que era un cobarde.

Ha sido un comienzo de mañana casi filosófico. En Chile, y con clase de Marketing por la tarde. Como en "Manhattan" o tal vez en "Stardust". Woody Allen, en definitiva.

Hoy tenía clase de Branding. Es la primera vez que hago algo parecido. Mis capacidades de supuesto gurú siempre se habían traducido en hablar de Estrategiasyoportunidades o de Marketingdecontenidos. Por ser la primera, he trabajado un poco el caso y la presentación, para que no se me notara el bautismo con un golpe en la pila.

He escuchado como veinte canciones de los Rolling, solo interrumpidas por llamadas insistentes de la Amucama. Es la señora de la limpieza, especialmente empeñada en que tuviera mi cuarto limpio. La he dejado hacer cuando me he largado a la caza del plato vegetariano nº 1. He terminado en una cafetería tomando un sandwich.

Las horas se han pasado como más rápido. Al final me he ido a IEDE a las 5, porque tenía que darles material para fotocopiar. También para que me vean un poco más el pelo que cuando llego cinco minutos antes de la clase. Con la lengua fuera.

En IEDE hay una señora muy simpática que se llama algo así como Quera. Tiene tendinitis en un brazo, y dice que es por Word. Quera me trata bien, y no me deja moverme. Es como una espacie de esclava, o de ama de llaves, o de abuelita.
También me llevo bien con el bedel. Un "descolocado" que me quiere llevar de marcha el Sábado. Pero siempre que no me llame "señor profesor". Porque la marcha puede ser de cafés y San Franciscos solamente.

Antes de clase, me he encontrado con mis alumnos en la cantina. Les he contado mi vida, y creo que me he inventado bastantes cosas. Les he hablado de países en los que nunca he estado, y de haber trabajado en empresas que solo he oído su nombre en el Expansión. Pero me guardan respeto. Y se lo creen.

La clase de Branding se me ha dado mejor de lo que pensaba. Me he dado cuenta de que da mucho juego, y que es como de más gurú. Cuando hablas de marcas y le pones ilusión, la gente cree que tu le has puesto el nombre a todo. Han preguntado con mucho interés, y me he notado especialmente chuleta. La marca se crea en la mente de las personas. Y también se lo han creído.

Con el caso Baquía me he percatado de que he tirado el dinero con J. Walter Thompson. Han sacado punta a cosas que yo daba por imposible resolver. Con sentido común. Y he sido yo el que ha tomado pero que mucha nota.

También he subido a la cantina a ver a mi bedel. Para asegurarme que no se había arrepentido. Me ha dicho cosas por las que me he sentido desperdiciar noches que he pasado solo con mi Océano Pacífico. El Sábado promete. Y a lo mejor lo del "señor profesor" me garantiza no soltar ni un peso..

Varias veces durante la clase me he permitido recordar que tenían una deuda pendiente conmigo. Habíamos quedado en salir, y no puedo pasarme la vida hablándoles de las marcas. Y han cumplido su palabra. Aunque no todos, a los que tendré que suspender. Ser gurú embrutece.

Me han llevado a un local bastante majo que se llama Pub Licity, en una zona hiperpija. Música en vivo tipo Crosby, Still & Nash. Y chicas guapas. Pero en otras mesas. Tan lejos.

Han habido varios intentos de algunos por profundizar en los sorprendentes aspectos del branding en Internet. Pero mis quites toreros han sido colosales. Yo he venido a hablar de otras cosas.

Me sorprende que los chilenos cuando cenan beben cubatas. Y potentes. Como de tomar tres en el vaso de uno.

Me ha gustado la costumbre. Han caído tres de los de tres en uno, creo. Aunque de charla y con lingotazos ha pasado de largo la bandeja con tortillas y tropezones. Y me he quedado sin cenar. O no mucho.

Hemos hablado sobre todo de relaciones. De lo que las mujeres piensan, y los hombres ni pensarlo. Yo he hablado de mis amigas, y de que las conservo y me llevo bien con ellas. Y me han mirado con cara de "hay que ver este pillo lo que nos está contando".

En la mesa habían dos divorciados, una separada, un soltero de por vida, y otro que ni lo sé ni me importa. Y yo, cuya situación merece una tesis.

Ha sido una conversación casi absurda. Sin acuerdos y diciéndonos todos que hemos tenido muchas novias.

Para no quedarme atrás - que me estaba quedando - he sacado líos de las piedras. Como países y empresas. Pero el gurú no puede bajar la guardia. Si mi vida hubiera sido como la he contado, yo no estaría dando clases de marketing. Sino de técnicas especiales de ataque y conquista. Me he hecho pero que mucha gracia. Pero es que se creen todo.

Como cuatro cubatas después, alguien ha pedido la nota. Y no me han dejado ni siquiera hacer el ademán que tengo bien ensayado. Y como no me gusta que me aten las manos de esa forma - el ademán de sacar la cartera y guardarla sucesivas veces es sagrado -, les he invitado a España, y a la Feria de Abril. Han quedado convencidos con el cambio. Pero jamás les daré mi teléfono.

Me ha traído de vuelta al Neruda un alumno que trabaja en Nestlé. Tiene una novia en Méjico y no se llama Lupita. Me ha contado su vida en seis minutos, y no tenía el más mínimo interés. No sé si quería trabajo.

El Neruda sé que cierra a cal y canto por la noche. Y con tres cerrojos. He tenido que despertar al recepcionista, y su cara de pocos amigos me ha dicho bien a las claras que esto no puede nunca convertirse en una costumbre.

Me he hecho con la 323 y confío en que la Amucama tenga gripe mañana. No me gusta ser limpio antes de las 12, como mínimo.

Día 5

Hoy no me ha levantado Salva. De hecho, ni me ha llamado. Podría haberme mosqueado en otras circunstancias. Pero no sé en qué otras circunstancias.

No dolerme la cabeza esta mañana demuestra mi teoría sobre "la variable ubicación del pedo". Según la misma, la resaca se produce con más o menos intensidad en función de la altura, la proximidad del mar, la cercanía de la montaña, y la calidad de la gente con la que has bebido. Santiago reúne las tres primeras en positivo. Para no ser demasiado cruel, escribiré que la cuarta también, aunque resulte contradictorio con la teoría. Tendré que revisarla. O volver a escribir el Día 5 cuando termine.

En la habitación he recibido dos llamadas. Una de Santiago, un alumno aventajado que trabaja en la radio, sabe mucho de música, y ha doblado a Al Pacino, Robert de Niro, y al pequeño James Bond. Santiago es de Santiago, y le llamo Santiago bis. Santiago bis quería que me fuera con él a una feria B2B - y me he escaqueado - y también presentarme a su hermano que quiere hacerme una entrevista para El Mercurio Online. Y como ser gurú tiene estas cosas, he dicho "oui". Para el Lunes, creo.

La otra llamada era del chileno llamado Rivas que por fin se ha dignado a invitarme a comer. En mi día 5.
Y ha llegado tarde. Por tapones chilenos. Porque ha salido un rayito de sol y les han entrado las prisas del weekend.

Esperando un sitio típico, me ha abofeteado con una visita a un Club de la comunidad española en Chile. Con casitas tradicionales, pero que son del otro lado del charco. De donde vengo e iré. Algún día.

He visto piscinas cubiertas, frontones y pistas de tenis. Y un patio andaluz. Y un hórreo. Y muy interesante, el balcón desde el que los Reyes lanzaron un discurso no sé cuando. De no se qué. Y a lo mejor fue hasta Sofía, a la que no se le entiende nada de nada.

La comida ha sido como una consultoría. Entre lo técnico y lo confesional. El chileno llamado Rivas ha llorado sobre mi hombro sintiéndose incomprendido. El es un predicador en el desierto, y el IEDE, y tal vez Chile, no le entienden. No me ha dejado comer mucho. Zampaba y zampaba. Y hablaba y hablaba. Y yo asentía, y asentía. Me ha dejado un boquerón y medio, y solo he comido la mitad de un trocito de congrio. Porque me ha quitado las ganas. Pero vino...bastante y más. Para abstraerme.

No sé si por haberle causado una impresión equivocada - de que le comprendo y le apoyo - o porque no tenía más ganas de trabajar por hoy, me ha llevado a un pueblecito típico chileno. Está pegado a Santiago, dirección Los Andes. Es lo que llama "el faldeo cordilleral", o en cristiano, "una aldea a pies de la montaña".
Todo muy mono. Muy artesanal. Y muy paleto.

La visita fantasma le ha dado pie a demostrarme que es un estudioso de las costumbres chilenas. Y de los minerales. He aprendido que los tejados se cubren con coriol, o algo así. Y más cosas que ya he olvidado.
Y no contento con eso, me ha llevado más arriba. A ver lugareños. Y yo solo me fijaba en que tenía unas montañas al lado de más de 7000 metros. Y pensaba en la caída. Y que a lo mejor alguien se caía.
Con el tiempo justo de coger mis bártulos y a IEDE, me ha dejado en el Hotel. Él se iba a encontrar con su cuatro hijas. Que serán casaderas. O lo más probable es que no se casen nunca. Si se parecen a él.

En IEDE hoy tocaba Directivos. Es esa fauna encorbatada y con canas que están por encima del bien y del mal. Aún en Chile.

Les he hecho quitar las corbatas. Porque es Internet. Y porque me hacía gracia verles hacerlo.

En la primera frase de la primera diapositiva del primer minuto de clase, uno me ha interrumpido. Que por qué digo y afirmo que lo importante en Internet es ser rápido. Ya sabía yo que algún chileno saldría con algo de esto. Le he dicho que si creía que había que ser lento. Y ha dicho que el concepto lo había captado perfectamente. Debe ser un mensaje oculto. O que mi cara era de pocos amigos. O de ninguno.

Como treinta preguntas después, yo iba por la diapositiva 5 de 25 y el reloj a 10 de las 8. La hora de fumar. La hora de dejarles hacer pis. Y como habitualmente, he dado un salto que ya se ha convertido en un estándar. Nunca oirán de mi boca los contenidos de la 16. Porque no me da la gana.

Tomando café, uno de ellos me ha venido a consultar sobre un proyecto. Una especie de página para recaudar fondos para causas humanitarias. Como la de los bomberos. Que deben ser muy pobres o tener Alzeimer, he pensado. Y el dinero ¿de dónde? he preguntado. Y me ha contestado que no lo había pensado todavía. Entonces le he sugerido que reserve para su negocio el dominio hermanasdelabondad.com. O con punto.net, que todavía es más cutre.

Con el caso ha habido follón. Netjuice, otra vez, y han tardado un montón en leerlo. Después nadie se arrancaba. Porque no habían entendido nada. Debe ser la proximidad cordilleral que atrofia los sentidos. Y he empezado a pensar en cuántos chilenos hay en el mundo que hayan salido alguna vez en Fortune. Cero. Por la proximidad cordilleral, debe ser.

Uno se ha atrevido a decirme que el caso está sesgado, y que no hay cosas negativas. Que eso viene a demostrar que las historias.com son falsas, y de color de rosa. Le he preguntado qué dónde estaba él el 16 de Agosto, y me ha dicho que en Viña del Mar. Pues yo estaba escribiendo el caso, queriéndome ir a la piscina. Y se ha reído. Y me he reído. Y he eliminado al bocazas.

Alucinantemente la clase se ha ido hasta las 11, con veintiseis pares de orejas abiertas y veintiseis pares de manos tomando notas. Y cuando los veintiseis pares de manos han parado de tomar notas, han empezado a aplaudir. Y he pensado que lo de Chile, enterito, no tiene nombre.

Todas estas experiencias mezcladas han producido en mí un deseo repentino por volver a las viejas costumbres.
Y un Océano Pacífico ha vuelto a aparecer en la 323. Con el camarero de siempre.

Día 6

Mis madrugones sistemáticos hoy han cobrado algo de sentido. A las 9 en IEDE, y con una jornada maratoniana.

Las mañanas de Chile son lo más parecido a la estepa rusa, solo que con la nieve lejos. O no tan lejos. Parece que los lobos acabaran de acostarse, y hubieran tomado su relevo los barrenderos. Barrenderos por decir algo, porque se trata de indios bajitos que acarician las aceras con ramas de un árbol parecido a una palmera. Y ensucian más que limpian. Como el tren de Arganda, que pita más que anda.

En IEDE la gente tiene un curioso concepto de las mañanas de Sábado. Te sugieren ropa informal, y aparecen con t-shirts horteras y zapatillas que parecen haber recorrido Los Andes varias veces. Y no dejando ni una piedra sin un tropezón.

A las 9 y cuarto me he puesto manos a la obra. Por delante, todo un mundo.

He empezado con un clásico en mi repertorio...estrategias y oportunidades en Internet. Ocho alumnos, y faltando uno. Un coronel. ¿Qué diablos pinta un coronel en mi clase?
Como el que no quiere la cosa, me he plantado con facilidad en la 1 menos cuarto. Entre medias, preguntas y el caso Netjuice. Nada nuevo. Alumnos aventajados. Alumnos que lo más cerca que han tenido un ratón es en un episodio de Tom y Jerry. Alumnos que quieren ser gurús y te desnudan con la mirada. Y el famoso coronel, un hombrecillo afable, más bien hondo que bajito, y que tomaba notas como si tuviera que presentar un informe sobre mí al Estado Mayor. Y a lo mejor lo hacía.

A la hora de comer, o mejor dicho, a la hora de comer de los chilenos, me he apuntado con algunos de ellos a su comida. Un vale de 1200 pesos - que no me iba servir más que el aperitivo - y corriendo a un local cercano parecido a uno de esos restoranes que uno puede encontrar por decenas en los polígonos industriales de Fuenlabrada. O Parla. O Móstoles. O Chile.

Comida poco destacable, por otro lado. Resaltar solo un descubrimiento. El que más me desnudaba con su mirada es un profesor de marketing encubierto y que trabaja en una consultoría estratégica. Me estaba poniendo a prueba. La única diferencia entre él y yo, aparte de más que matices en los cutis, es que yo soy gurú. Y el no.

Para la clase de branding, el chileno llamado Rivas se ha matriculado sin matricularse. Lo de las marcas no debe ser su fuerte, y ahí estaba, en primera fila y con lápiz afilado.
Al final, se ha decidido a preguntar. No se qué de las alianzas estratégicas y como te pueden robar la cartera. Y le he dicho que es como en la vida, cuando una mujer se casa contigo por tu dinero. No siendo mi caso sé que ocurre. Pero no sé muy bien si esto se lo he contestado por ciertas características cleptómanas de la mujer, o simplemente por una asociación mental que he hecho entre la palabra alianza y el arito dorado que te colocan un día y sirve para que no trates de irte con otras.

En el descanso tras el branding, el coronel me ha abordado en la cantina. Y ha sacado a Pinochet a pasear, y sin su silla de ruedas. La historia de Chile no es tal y como nos la cuentan, he podido deducir de sus palabras. Él estaba allí - todos los chilenos de cierta edad siempre dicen esto -, y el general evitó la guerra. Y también ha salido Franco a pasear, aunque este no tiene silla de ruedas, sino gusanos y fauna cadavérica. O tal vez ni eso.

Para mi coronel, el terrorismo es cuestión de pepinazos. Uno manda al ejército y borra a la gentuza del mapa. En un portentoso ejercicio de simplificación, ha terminado diciendo que todos lo hacen y que esto debe asumirse. Creo que le he mencionado, aunque bajito, que hay una cosa llamada estado de derecho. Y democracia. Incluso leyes. Y después me ha comentado algo sobre lo bien que resuelven los árabes sus problemas, y la facilidad que tienen para cortar manos y sacar ojos. Y es que todos sabemos que están muy duros, y cuesta bastante trabajo hacer un trabajito de corte y extracción en condiciones.

La clase de Técnicas especiales de Marketing es nueva para mí. La he preparado para mi periplo en Chile y porque había que justificar una sesioncita más. Y que paguen. Es una especie de potpurri de triquiñuelas graciosas, mezcladas, y que teóricamente sirven para gastarse menos dinero en banners. También es una ocasión de lucimiento para gurús, porque les hablas de cosas que creen que tu haces y haces bien. Pero me lo invento casi todo.

En Técnicas hay una parte dedicada al Marketing de Guerrilla. Puro sentido común con unas gotas de supuesta estrategia y plan de acción. Como era de esperar, el coronel se ha dado pronto por aludido. Y ha intervenido para explicarnos a todos que la guerrilla no es realmente eso, que él sabe y aplica, y que podía obsequiarnos con el relato de algunas batallitas. Rápidamente le he llevado al marketing - del que nunca debió salir - con un quite que habría recibido palmas en Las Ventas. Yo llamo a mis cosas como me da la gana.

Trece horas después de llegar, he concluido el maratón. Los bostezos y los sueñecitos - que más de uno había, que los he visto, y les tengo en mi lista negra - me han dado la señal de que esto, si se prolongaba, lo haríamos aplicando técnicas especiales de análisis de REM, y en posición no precisamente vertical. Mensaje captado. A casita que llueve. O no.

Pero el gurú quería extra play, y he tenido que liar a unos cuantos para que en vez de coca cola light en el hotel, hoy cenara tomando whiskies.

Los supervivientes, tal vez solo los más pelotas, me han llevado a un local bastante majo al que llaman Luguria. Allí he bebido en cierta cantidad, y comido más bien poco. Para hacer sitio, me decía en cada trago.
Curiosamente he mantenido bien el tipo, mientras mis contertulios empezaban a tener un trapo por lengua. Además, y por sorpresa, me he encontrado con aquel tipo argentino rubio, con barba y coleta que montaba el stand de Netjuice en Sao Paulo. Y en Santiago estaba haciendo no se qué de un evento en un hotel. Aparte de ponerse tibio a copas.

Dos de las chicas de clase han hecho un sigiloso mutis por el foro. A horas intempestivas, todo hay que decirlo.

Quedándome yo con un tal Ricardo - y su móvil -, le he sugerido que no estaba cansado, y que el Sábado no está hecho para ver programas de variedades en la tele. Y extrañamente en un chileno, ha cogido el mensaje al vuelo. Me he ido con él a la fiesta de un amigo suyo. Donde Cristo es probable que perdiera el mechero. Antes de dejar de fumar.

Varios kilómetros más tarde, yo había perdido toda referencia de mi localización geográfica. Todo eran chalets y calles oscuras. Al no ver muchos taxis, he dudado mucho de que mi vuelta fuera tarea fácil. Y le he pedido al taxista su tarjeta, por si las moscas. Para pedírsela me he visto obligado a hacer un incómodo movimiento de incorporación y búsqueda. El taxista no era precisamente un tipo alto. Por momentos había creído que habíamos conectado el piloto automático.

La fiesta estaba decayendo. Un grupo de hippies en sus veintitantos tenía la música bajita, y habían dejado la casa para los restos. En las botellas, culillos de alcohol, con poco para mezclar. El palo seco era la solución si no quería beber agua, y no me he resistido.

Al ver que era muy hablador y graciosillo, los hippies me han rodeado y me han pasado el porro. Contundente este. Hecho a la antigua usanza. Con pedrusco en vez de china.

El tal Ricardo me ha presentado como un gurú, y como siempre, todo el mundo tiene una idea para Internet. Resistiéndome a la explicación por amor al arte, he contado lo justo para hacerme el interesante y también para que no dejara de venir el porro, a cada ronda.

Con mis charlas, algunos chistes, y exagerando el acento sobre todo al decir hostias, me he metido en el bolsillo al dueño de la casa. Que también era el dueño de la fiesta. Y también el dueño del coche en el que poder escapar.

Minutos después, y tras dejar al tal Ricardo al borde del etilismo irreversible, nos hemos largado a otro sitio. Como a las 3. O tal vez las 4. Yo solo, con los amigos del tal Ricardo.

Me he colado en un local llamado Batuta, de mucha pero que mucha marcha. Mucho hippy y mucho rockero. Mucho jóven y mucha niña mona. La gente botaba sin parar, y bebía y bebía. La música, estruendosa. De todo menos rock blando. En un momento de debilidad del pincha, he podido reconocer The Bad Touch de los Bloodhound Gang (you and me babe ain´t nothing but mammals...). Segundos después la quitaban entre pitos y patadas sonoras. Esto va de ruido y perdición, pensé.

Whiskies y porros. Una buena mezcla. Y me he dejado llevar por el ambiente de comuna que había encontrado. Tíos colocándose, y niñas a las que les gustaba mi acento, y también que no me propasara en mis caladas al canuto de todos.

He debido conocer como a treinta personas distintas de las que tengo la sensación nunca volveré a saber de ellas. Como la panda de Medina, en los tiempos de Hair.

En un estado incombustible pero viendo de cerca el Nirvana, mis amigos han decidido irse. Y yo con ellos, aunque a regañadientes. Solo he mirado el reloj para saber si todavía estaba a tiempo de ir a otro local antes de IEDE.

Y a las 8, con el sol que tan poco me gusta ver cuando hago mis escapadas de vampiro, me han arrojado al hotel. Con el tiempo justo de darme una ducha y dar mi clase de Oportunidades para emprendedores. Pensando en que más que de bisnesplans podría hablarles de mi plan de anoche. Y de mi plan de día, que todo era uno. Con bastante más conocimiento de causa

Día 7

Una de las peores resacas es la resaca dormida poco. Por encima de esta, la pasada en vela. Y para rematar, en el summum del estado inconsciente, la que empalma con el trabajo. Si se le une un Domingo, y en Chile, obtenemos como resultado un lamentable estado de cosas. Mi estado yendo a IEDE.

No sé muy bien como he logrado caminar erguido. Sin café. Sin ganas. Con ese sueño imposible que te hace ver todo muy largo, todo muy borroso, y todo inacabable. Y también estaba nublado, pero que muy nublado.

Por culpa de una falta de coordinación automática de músculos, he tardado más que de costumbre. En el camino, mendigos, con apariencia no muy diferente de la mía.

Un récord llegar 15 minutos tarde. Pero demasiado tarde cuando tienes alumnos muy puntuales. Mi pelo y mis ojos me delataban, a juzgar por las risitas, los comentarios no precisamente susurrados - o si, pero retumbaban -, y una intervención graciosilla del Coronel indagando si llevaba la peineta puesta. ¡Así deserten todos sus soldados!.

Hasta la diapositiva 5 (calculo) no he recuperado parte de mi voz. Una voz ronca, varonil, de gurú experimentado y que también ha sido utilizado como experimento de algo. Una voz que infunde respeto. Un sonido que avecina amenazas.

Y aprovechando mi situación transitoria, he sido especialmente tajante. Me lo he notado. He hablado de emprendedores y de lo felices que se las prometen en esta Carrera de Oklahoma que es Internet. Les he contado que la gente se desmaya, que llora y pide auxilio. Y que los inversores son hienas hambrientas, que humillan y hacen daño. Que el mundo estaría mejor sin ambos, aunque yo probablemente no tendría trabajo. O me dedicaría a otras cosas que me gustan más y que se me dan mejor.

He contado cuatro bajas, una de ellas esperada. El tal Ricardo o no sabe beber, o los emprendedores se la refanfinflan (emprender él, pues no mucho), o tal vez ahora esté muerto. De los otros, ni lo sé ni me importa. Pero el profesor (ausente), ese que desnuda y pone a prueba...ese se merece un examen oral de tomo y lomo...un ejercicio mortal de tortura psicológica donde le demuestre bien a las claras que en esto del marketing no hay sitio para todos, y que no habiéndolo, él sobra el primero.

En mi estilo, el horario ha sufrido un derrape, y me he ido hasta la 1 y cuarto. Habiendo recuperado la voz y buena parte de mi conciencia, el tren se ha pasado de estación. Un Domingo. Sin perdón de Dios.

Sin tiempo que perder he dado tarjetas y les he deseado felices augurios en sus respectivos trabajos. Con la boca chica, les he invitado a molestarme en mi estancia en Chile, y por correo electrónico. No lo harán. O no estaré para ellos. O demasiado lejos.

De vuelta al hotel mis piernas tenían prisa, y creo que he corrido como con el cuerpo echado hacia atrás. Me esperaba la cama. Y he dormido casi tres horas, hasta que me han despertado por teléfono. Era un alumno llamado Jorge, que quería quedar y llevarme por ahí. Y me he dejado pensando en que recomenzaba el ciclo.

El alumno llamado Jorge se ha presentado con Santiago bis, y juntos pero no revueltos, hemos ido al Sports Café, el único lugar abierto en esta ciudad de marcha inacabable. Un Domingo a las 6 y media.

Dos cervezas, una discusión sobre los Beatles, y una tertulia de cine más tarde, han dejado aflorar sus verdaderas intenciones; tienen un proyecto para Internet, y quieren que les ayude. No se fían de los tutores chilenos, y confían en mis dotes de gurú para que les toque con la varita mágica. Y hace tiempo que no hago trucos de esos. Porque estoy desentrenado.

Pero resistirse era una labor ingenua. Cuando la gente te prepara una encerrona de este tipo tienes dos posibilidades; o colaboras o vuelcas la mesa y te das a la fuga inmediata. En el segundo caso, no puedes volverles a mirar a la cara (y les tengo el Martes y el Jueves, con lo que terminaría con tortícolis). En el primero, a lo mejor puedes cenar gratis.
Par de horas dándole vueltas a un proyecto que no está mal, aunque le falta precisión de enfoque. No sé si hemos resuelto algo, pero yo he cenado un Ceasar´s Chicken Salad por la gorra. Y las cervezas. Creo que tres.

A eso de las 11, han decidido perdonarme. El alumno llamado Jorge creía haber perdido la cartera (tras pagar con su chequera-restaurante, que siempre la lleva en el bolsillo). Pero le he encontrado su cartera en recónditos lugares de su coche. Y me ha mirado con devoción, como si me hubiera aparecido rodeado de una aureola brillante. Y con alitas algodonadas. El alumno llamado Jorge ya no tiene duda de que soy un gurú, y me atrevería a decir que no me hace nacido en este planeta.

Hotel, sin sueño, y con portátil. No necesito más motivos para darme a la escritura, aunque no toque la bebida.

Cada día me doy más cuenta de que mi proceso de gururización debe ser verdad, y que yo soy el único que no se da cuenta. Es como vivir del cuento y sostenerse sin caerse. O la economía de trueque. O que se me da bien la actuación, sin haber ido al Actor´s Studio.



Día 8

Un segundo Lunes en Chile, y vuelta al horario habitual. Tras el ¿pequeño? descontrol del fin de semana.

Lo primero, consultar e-mails.

Creo haber recibido tres llamadas. Otra la he hecho yo, para concertar esa gurú-entrevista con el Mercurio, y terminar de ser un repugnante líder de opinión de masas. Tan falso. Tan que me da la impresión de que nadie lo va a leer. Aunque llegaran a publicarlo. Que lo dudo.

El chileno llamado Rivas me ha confirmado lo de su charla para mañana. En el Hyatt. A la hora de los lobos. O sea, a las 8. Y tendré que hacer un esfuerzo por no dormirme. Y no roncar en una sala que tendrá eco. Pero el Hyatt está lejos, la gente conduce lento, y yo no puedo dormirme hasta tarde. Esta ecuación debe dar como infinito. Pero no me apetece resolverla. O no me acuerdo de despejar incógnitas. Sobre todo de tercer grado.
Las otras llamadas han sido patéticas. Una de Salva, sin salvar nada, ni siquiera los muebles. Enmarronándolo todo y enmarronándome a mí. Para cuando vuelva. Pero cuando vuelva seré gurú, aunque nadie me entienda.
La otra llamada también ha sido de Salva, pero para pasarme a ¡Oh, Chema!. Y es que ¡Oh, Chema! quería guerra, porque debe aburrirse. Porque en vez de apreciar que llevo branding hasta extremos de marcar con fuego en todas y cada una de las partes de mi cuerpo - y esto es más que un tatuaje perenne -, se deja llevar por una especie de pataleta extraña. Que lo he visto en alumnos de colegio de curas.
¡Oh, Chema! siempre amaga y no da. O cuando da, levanta al contrincante del ring y pretende darle un beso en la boca. Y con lengua. Aunque quitándose antes el protector bucal.

Que si he cogido demasiadas vacaciones, que si el es él el que las autoriza, que si es una irresponsabilidad por mi parte, que si lo arregle para volver antes, que si todo es importante allí y aquí estoy de vacances, que si todos son muy trabajadores y todos se esfuerzan mucho, que si me corta el marketing, que si esto no se puede volver a repetir, que si tenemos que hablar muy seriamente, que si me voy a perder reuniones vitales, que si el mercado ha cambiado, que si me estoy gastando mucho dinero, que si no le he comunicado mis intenciones, que sí...que sí...y que sí. ¡Es un absoluto idiota! Y va a tener una hija que se le escapará por las noches, y se pondrá piercing, y él le dirá que es estratégicamente no relevant.
Y yo si, si...y también no, no. Y si hubiera tenido un matasuegras lo habría explotado. De las veces que lo habría usado en pocos minutos. Le he tenido que recordar que trabajo aún de vacaciones, y además que estas han sido las peores vacaciones de mi vida. Si es que he tenido vacaciones. Que ya no me acuerdo. Y que soy la persona más conectada de esa empresa que empiezo a sentir bastante menos mía. Porque se la están cargando. Porque se parece al polit bureau de los tiempos de Breznev. Hermética. Con reuniones interminables que no sirven para nada (bueno para que nos expliquen el verdadero significado de cool, pero hay que vivir en New York para apreciarlo; y no en Kansas, que solo hay cowboys que mastican tabaco). Con informes que necesitan preparadores de tesis, o de oposiciones a Registros. Con bonos que se recortan si llegas tarde. Con aplicación del tercer grado penitenciario, y eso porque todavía no han comprado catres, ni barrotes para las ventanas. Porque nos pulimos la pasta de los inversores.

Solo digo una cosa, porque si no me aburro. Mi cuerpo aguanta hasta que decide pirarse. Y aprecio mi cuerpo, y no quiero echarle de menos. Ni enviarle cartas. Ni desear que vuelva pronto. Quiero estar dónde esté mi cuerpo. Para hacerle comiditas. Y porque necesito mis brazos para hacer cortes de mangas.

Como el marrón siempre derrapa, de ahí el concepto nunca bien explicado de palomino o pedo con mango, he sentido un irresistible deseo de contárselo a alguien. Mosqueado. Con la sensación de que alguien te ha querido humillar y después darte un morreo. Y se lo he contado a mi amiga Genoveva, de Netjuice. Por e-mail, que es más suave y porque no estaba cerca. Y he pensado que qué bendita por lo que se le viene encima. Pero se lo he contado porque me escucha y hace por comprenderme. Y porque tal vez algún día nos iremos de allí. O por lo menos yo. Seguramente mi mensaje esté ya en sus "elementos eliminados". O tal vez haya vaciado la carpeta, para hacer sitio en el hotmail. Porque tenía muchas "kas", sin ser un archivo multimedia. Y no tiene sentido guardar lamentos. Que se olvidan al día siguiente.

Y después me he comido un Club Sandwich. Y por la tarde me he ido a IEDE, con los MBA´s. Otra vez las Técnicas Especiales. Y otra vez Baquía. Fingiendo lo que es y en realidad no es. Pero me viene bien para cubrir el expediente.

Tras las clases, me he atrevido a cenar solo en un restaurante. Odio estas situaciones en que comes tu y tus circunstancias (si no han quedado ellas por otro lado, que a veces me ha pasado). Alargas la cena. Vas copito de maíz a copito de maíz. En una ensalada interminable. Notando que te miran las camareras y que a alguna le das hasta pena. Pero no se atreve a decírtelo porque la propina va en ello. Y hojeas varias veces el mismo folleto de IEDE. Para disimular. Para que parezca que trabajas hasta tarde. Y que solo has pedido una ensalada porque estás ensimismado en tus cosas, y no tienes tiempo que perder. Y no por gastarte poco en la cena.

Y como soy gurú, también soy despistado. E intentando pasar desapercibido, me he echado azúcar en la verdura, en vez de echarme sal, que es lo lógico y para eso se inventaron las ensaladas. Y el bote no era ni parecido. Y además ponía "azúcar", pero solo lo he sabido después. Tras las risas. Tras cambiarme el plato porque les daba pena. Porque me han adoptado.
Después, mi hotel. Escribir. Y levantarme pronto al día siguiente. Pero he decidido hablar con el alumno llamado Jorge por lo de su proyecto. Y hasta contestarle por e-mail, con un mensaje de varios scrolls.
Y además tenía un mensaje. Un pez gordo con el que me reuní la semana pasada, por lo de Conector. Quería invitarme a cenar, y seguramente a un sitio caro. Y me he empezado a acordar de mis circunstancias, que me han dejado plantado en Pizza Napoli. Ese sitio donde la gente confunde la sal con el azúcar, porque ponen los botes demasiado cerca. Aunque no se parecen.

Día 9

Madrugón. A las 7 en pie. Por la conferencia del chileno llamado Rivas. Quien me mandaría.

Un taxi de cristales tintados y al Hyatt. Como un gurú. Una azafata que me recibe y me lleva a la Sala. Como un gurú. Y antes de empezar, el chileno llamado Rivas, nervioso porque no le llega su superpresentaciónenflash, me pide que le ayude. No como un gurú.

Pero como me ha colado, se lo he permitido. Encuadra el proyector...define la resolución...ajusta el enfoque...¿se ve bien desde ahí?. Y que sí, y que sí, y que sí. Todo va a salir bien, o rematadamente mal.
Y puntualmente más tarde, a las 9 de reloj en Chile (que no en mi casa, que tendría que estar comiendo), se ha abierto la conferencia a la que me dijeron que iban cuatrocientos directores de Marketing. Y yo llevaba mis cuatrocientas tarjetas descosiéndome el bolsillo de la americana. Y finalmente han ido como mucho setenta.
Y de marketing sabían lo que yo de guaraní. Aunque no tengo mal acento.

El chileno llamado Rivas ha sido presentado con extraña confusión. Lo único que se le ha entendido a la azafata-abre-eventos era que se trataba de un tal Rivas. Lo que no me ha sacado de dudas. Que ya lo sabía.

Cuando le han dejado hacer, el chileno llamado Rivas ha pegado un saltito desde su asiento y se ha puesto manos a la obra. Atasquitos iniciales, mucha palabra "marketing" y "cliente" al principio, y a por la velocidad de crucero. Y se movía y se movía. Y le oíamos y le oíamos. Y le buscábamos y le buscábamos. Pero como es pequeñito y tímido, nuestra vista no le enfocaba.

Tortícolis después, le encontrábamos para apretar el ratón y pasar página en su superpresentaciónflash.

Tengo que reconocer que no lo hace del todo mal. Muy a la americana, se da paseos interminables. Y paseos sobre sus paseos, es decir, hacia atrás. Tiene un acento horrible, e intenta pronunciar exageradamente el inglés. Enfatiza a la chilena, es decir, sin enfatizar nada. Una hora de sermón andino aburre hasta a las ovejas. Andinas.

Pero le hemos aplaudido el esfuerzo. A pesar de sus contenidos más propios de perogrullo. Donde hemos oído demasiado la palabra "marketing" y también le hemos aguantado bastante sin echarnos un sueñecito. Y este era de rigor. En el Hyatt.

El chileno llamado Rivas se ha vuelto a sentar con la convicción de que nos había descubierto algo. Ingenuo de él. Con la de gurús encubiertos.

Y después Microsoft. Y sermonazo de que Windows está en todas partes, hasta cuando tiramos de la cadena. Los tipos MS son como fabricados en serie. Activan un chip y les sale una anécdota de Bill Gates. Activan otro, y les surge un alegato en favor de las minorías tecnológicas de Redmond, Washington. Y el plan a 25 años vista. Que para eso nos dominan y nos someten. Pero aún así, yo sigo usando Office. Y copio y pego, un gran invento.

Dos conferencias chilenas seguidas son una demostración de que uno tiene paciencia y sabe dominar sus nervios. Y también la excusa perfecta para decir que esperas una llamada súper-urgente de Madrid y que tienes que enviar un informe por e-mail. Pero lo malo, en mi caso, es que esta vez no era mentira. Aunque casi siempre miento.

2000 pesos de taxi después, he entrado en mi habitación. Y como siempre, e-mails.

También me he carteado con la oficina. Pero de eso no me apetece ni hablar. A pesar de que no eran del todo malas noticias. Aunque aburridas.

Tras comer un Club Sandwich - he dejado definitivamente los Océanos -, he bajado a la cafetería del Hotel porque a las 4 me esperaba un periodista del Mercurio Electrónico. Con este nombre, el reportero merecería llamarse Clark Kent. O mejor Klark Kent. Y tener una fuerza sobrehumana cuando se desvistiera. Y salvar a la humanidad de los monstruos interplanetarios. Pero se llamaba Aléxis Ibarra, y creo que en el colegio era víctima propiciatoria de collejas. Por su menudez y por su voz bajita.

Creo que mi ego de gurú ha alcanzado los cirrios, o más allá, los estratos (creía que había olvidado las clases de geografía de 8º).

Con grabadora en mano y cuaderno de notas lleno de preguntas, ha comenzado a disparar al gurú a quemarropa. Baquía. Expansión internacional. Cibernegocios. Marketing. Mi vida. La vida de otros. El universo no bien explorado de Latinoamérica. Por qué Argentina y no Chile (porque la vida es así, y porque son unos cuántos más, y porque mi buenosairesquerido). Los chilenos y Chile. Los españoles y España. La Telefónica y los invasores. Las tendencias tecnológicas de vanguardia (donde en un ejercicio insospechado de prospectiva absolutamente inventada, le he contado cosas que no existen ni existirán, diciéndole que en España sí).

Y se lo ha creído todo. Y se ha llevado una cinta de 45 minutos entera. Que he oído como hacía stop por falta de espacio.

No tengo la absoluta certeza de salir al aire algún día. Y menos con el poder de este tipo. Pero he disfrutado como un enano. Y el parecía un enano disfrutando.

En IEDE he tenido a los del MMCM entre los que tengo ya grandes amigos. Santiago bis y el alumno llamado Jorge son buenos tipos, y con las ideas claras. A la clase la he hablado de Técnicas. La Guerrilla les ha encantado. Y el caso Baquía (segunda vez que se lo cuelo a esta gente) se ha resuelto con soluciones que harían temblar a ¡Oh, Chema!. Y que si se las contara yo, le harían llorar, por no haberlas tenido él antes.
Me ha invitado a cenar el Director de la empresa que se muere por hacer Conector. Un extremeño que se ha casado con una nativa pasquense. Y que se la ha traído con nosotros.

Un restaurante mono y carísimo. De comida Fusión y con cocinero de NY. Increíble.

Creo que ahora sé de la Isla de Pascua cosas que no salen ni en la Larousse actualizada. Y me han entrado ganas de quedarme a vivir allí para siempre. Lejos de todo. Perdido de todo.

Y también me han hablado de Chile Sur, donde el hielo es azul marino, y la naturaleza caprichosa. Donde uno se puede fumar un cigarrillo mientras mira delfines saltando. En el sur más sur del mundo.

El Director se ha debido dejar una pasta gansa. Y su nativa los dientes, porque no nos dejaba nada.

Después me han llevado al Hotel, con la sensación de haberlo pasado bien. Sin hablar de trabajo. Sin hablar de Internet. Pensando y soñando que hay vidas mejores, y están usando LanChile. Como a seis horas, pero hacia el otro lado.

Día 10

Creía y deseaba haberme levantado ante figuras con grandes caras y narices de piedra. Pero rápidamente he comprendido que eso era cosa de una cena. Y me he quejado de mi destino. En mi habitación del Neruda.
Lejos del paraíso, lo que me queda es rutina. Y la rutina estaba en el portátil. Como de costumbre, que para eso es rutina.

He desayunado (por primera y última vez) con el profesor argentino llamado Milovic. Se iba por la tarde, y yo le había dado plantón la noche anterior. Y ha sido una repetición de la cena que en su día me saco de la costumbre de los Océanos. Mucha Argentina y mucho IEDE. Aún a pesar de esto, le he deseado buen viaje y le he hecho promesas a incumplirse de vernos en Madrid.

Volviendo a la habitación, un par de llamadas me han recordado que el mundo occidental es injusto conmigo cuando estoy soñando. Y cuando noto injusticias me pongo tenso. Y me uno a la revolución.

Pero hoy he querido ser creativo y he redactado las cuñas de Radio Intereconomía. Diciendo cosas que no somos, pero que la gente se creerá. Porque tienen locutores muy buenos.

Me han invitado a comer mis amigos. Santiago bis y el alumno llamado Jorge. En el Luguria. El bar donde comenzó mi descontrol del Sábado.

Ensalada y Kunksmann después (esta es una cerveza estupenda), hemos ido al Estudio del alumno llamado Jorge. Porque me querían mostrar lo que habían avanzado con su proyecto. Y porque me querían enseñar cómo querían que yo avanzara su proyecto.

Redsónica es una web muy bien concebida (cuando exista), que quiere "sintonizar" a la gente con contenidos de audio y vídeo en Internet a través de todo el mundo. La idea es que la gente decida "cómo se encuentra hoy" y "qué quiere hacer hoy". O lo que es lo mismo, dependiendo de su estado de ánimo, la web se pone a trabajar por satisfacerle. Una ciencia-ficcíón muy de Internet. Y que me gusta. Y que requiere de los recobecos mentales del gurú.

Todo está bien, pero les he hecho la maldita pregunta de "¿y los ingresos?". Y...¡amigo!...¡no estaban por ninguna parte!. ¡Qué estúpido olvido!. Todo era bonito hasta que llegó el gurú. Para fastidiar. Para decirles que era una hermosísima ONG pero con la que sus hijos no irían al colegio. O no con la ropa adecuada.

La palidez de sus caras me ha producido una sensación mezclada de pena y remordimiento. Si se trata de dinero, siempre se puede hacer algo, me he dicho y les he dicho. Hagamos investigación de la gente que viene a la página. Y se la vendemos a los medios de comunicación, a las agencias de publicidad, y a todos los que la quieran.
Y se han puesto muy contentos.

Como el que no quiere la cosa, nos han dado las 6 y cuarto. Y aún a pesar de estar al lado del IEDE, me ha entrado esa prisa nerviosa del que está absolutamente convencido de que va a llegar tarde. Y de que la gente le va mirar como a una bruja, la Inquisición. En el último día. En la última sesión. Cada vez más cerca del dinero.

La prisa nerviosa era una ridiculez. Menos de tres minutos después, estaba entrando en ese bendito santuario de gente que se cree convencida de ser dirigir algo algún día. Porque pagan y porque nos pagan. Protocolo habitual (¿dónde está mi documentación? ¿a ver si no la voy a tener?). Visitas habituales (¡ya estoy aquí! ¡ me da una pena tremenda que esta sea la última!). Y pregunta habitual (¿dónde tengo la clase hoy?...como si no lo supiera después de dos semanas...como si no estuviera en un letrero bien grandote tipo "¿que letra ve usted aquí?" en donde el oculista, aunque en mi caso, los caracteres cirílicos cuando se hacían pequeños, eran imposibles).

La sesión era una repetición del día anterior. "Oportunidades para emprendedores". Una clase muy gurú que pone los dientes largos y que provoca en los alumnos una irresistible tendencia a darme la vara con que si tienen un proyecto, y que si les dé un empujoncito. Si ellos supieran que yo no soy de esos. Si ellos sospecharan que todo lo hago de oídas.

Para hoy tenía invitados especiales. El chileno llamado Rivas y el argentino que quiere hacer Conector en Chile. Ambos dan clase en IEDE también. Ambos quieren mordida en un probable encuentro-capital-ideas. Al chileno llamado Rivas le he dado el Torres 10 por fin. Después de ser un adorno bonito en el armario de mi habitación en el Neruda. Después de haber sacado la botella a pasear por Santiago, y nunca saber donde ponerla.
La sesión de "Oportunidades..." me encanta especialmente. Es una fórmula perfecta para sentirme mesiánico y atacar a todo y a todos. Arremeto contra las cosas que se dicen en un Master, y arremeto contra los que tienen ideas escasas de bemoles. Les cuento que conozco la mente del emprendedor y del inversor, que he aprendido a leerla, y que sé perfectamente dónde está la "plata" y el momento en que están dispuestos a soltarla. Les obligo a escucharme atentamente, y les creo la sensación de que o me siguen o se perderán para siempre. A pesar de esto, el argentino que quiere hacer Conector se ha echado algunas cabezaditas disimuladas. Estaría candado el buen hombre. O que esto, como que le resbala. Tenía que haberle echado de clase y haberle sometido al imperio del terror. Diciéndole que Conector nunca sería suyo. Y que algún día me pedirá un pase para verlo. Aunque es gratis.

He notado a la gente especialmente motivada, con ojos de tamaño bajoplato de Botín (nunca he visto una plataforma circular tan enorme...a la espera de mis avistamientos extraterrestres...algún día).

En el descanso he provocado una entrevista con el Súper-Director de IEDE. Porque me daba vergüenza irme y no conocerle. Porque sabía que él firmaba los talones. Y no quería arriesgar. Después de un largo viaje.
Hemos hecho buenas migas. Hablando de todo un poco. Pero hablándole de que había cosas a mejorar respecto a IEDE e Internet. Que lo decían los alumnos. Que se lo decía un gurú. Y que a ver cuándo hacíamos el finiquito de una vez.

Como los chilenos no son de reacción rápida - ni siquiera este, aunque parecióme at first sight -, la cosa se ha dejado para el día siguiente. A las 9. Obligándome a hacer virguerías y trasbordos para llegar, cobrar, y largarme al Aeropuerto con el tiempo justo. Pero el dinero es poderoso, y aunque gurú, el amor al arte lo dejo para otras cosas. Para poquísimas otras cosas.

Un tanto preocupado, he vuelto a la segunda mitad de sesión. Dispuesto a dar caña de la buena. Por ser el último día. Por estar el chileno llamado Rivas y el argentino que quiere hacer Conector. Y porque se llevaran un recuerdo imborrable.

Y he sacado la fórmula Conector de la manga. Poco tiempo para exponer. Cortándoles cuando se pasaban. Con preguntas duras, a distancia. Criticando lo que no tenía sentido. Y algunas cosas con sentido, pero para ver si de verdad se lo creían.

Y los alumnos no han reaccionado mal. Han sentido presión y se han auto-profesionalizado. Hablaban con convicción y eran especialmente tajantes. Han visto guerra y no han tocado retirada. Los invitados especiales han alucinado pero que mucho. Y me han felicitado por lo que he podido sacar de ellos. Un poco de emprendedores de mentes atrofiadas por un master a la vieja usanza. Y todo por insuflarles un poco de mundo competitivo. Asustándoles con ser pasto de los tiburones, que están ahí afuera.

Las cervezas no se han hecho esperar. Todos querían emborracharse en mi último día. O querían emborracharse para aliviar sus tensiones.

En un local llamado Phone Box Pub hemos hablado de todo, y también de Internet. He probado cervezas de todas las especies, y comido poco, porque no llegaba a mi posición. Y porque no tenía muchas ganas. Para hacer sitio.

Intercambios de tarjetas. Intercambios de halagos. E intercambios de promesas de estar siempre en contacto. Con lo difícil que es eso. Y en mi caso, más.

En el Hotel me he despedido con grandes abrazos de Santiago bis y el alumno llamado Jorge. No sabiendo si les volveré a ver. Con la sensación de que van a hacer un buen proyecto y que se van a dedicar a esto de Internet. Tal vez con Netjuice, si les logro interesar. A Netjuice, por supuesto.

Cuando he mirado el reloj, me he asustado de ver que eran las 3 de la mañana. Y que me tocaba carambola transportil al día siguiente. Demasiado pronto para tener las ideas claras. Pero ahora demasiado tarde para hacer las maletas.

Día 11 (y último)

Hay que ver qué rápido se hace la maleta cuando uno tiene prisa, pocas ganas, todo está sucio y no merece la pena doblarse y colocarse, y cuando uno es también bastante vago. Si además ha dormido poco, se convierte en un experto del cierre a presión.

Con el tiempo justo para empezar los trasbordos, he empezado el recorrido más importante de todo mi viaje.

El check-out ha ido bien. Todo pagado. Me han dado ganas de retrasarlo y subir a poner conferencias transcontinentales. Y a dar buena cuenta del minibar. Pero era tarde para lo primero y demasiado pronto para lo segundo.

El radio-taxi que pedí la noche anterior se ha retrasado lo justo para hacerme temblar. Y cuando tiemblo, protesto. Y he protestado. Todo por diez minutos. Pero tenía que cobrar y largarme.

Al taxista le he pedido que me llevara a IEDE y que me esperara. En el camino, he aguantado su sermón de cómo dejó de fumar y de cuanto se alegra de esto. Me lo dice a mí, que he pasado por esto. Pero que me encanta haber vuelto.

En IEDE, el Súper-Director me estaba esperando religiosamente. Y nunca mejor dicho por el color y apariencia de su vestimenta. Con un sobre. Y varios miles de dólares. ¡Que alivio!. Se ha acordado, lo ha hecho en la moneda justa, y sin restarme nada. Pagando el hotel, también.

Tras el intercambio de banderines, he abandonado el campo de juego. Despedidas rápidas y miradas continuas al radio-taxi. No se podía ir sin mi y teniendo mi portátil. La maleta me daba igual. La ropa estaba sucia.

El taxista tenía un serio problema. Su mujer había dado un cheque sin fondos, y corría el riesgo de la cárcel. Varias llamadas desde su móvil me han descubierto su historia. Y donde y cuanto dinero tenía él escondido en casa. Y sus contactos, de inconfundible hampismo. Una historia contundente. Pero yo también tenía prisa. Aunque con un oído no podía dejar de oírle y con mi mente suplicar que no intentara resarcir el agujero de su mujer con mi factura.

Casi llegando, me ha dado demasiada información. Demasiado sobre los trapicheos de su mujer. Demasiado sobre lo bueno que ha sido Pinochet para este país.

Justo a tiempo, me ha dejado en el Aeropuerto. 9000 pesos y la voluntad. Y la "voluntad" incluía haber oído demasiadas cosas, y que él tenía demasiados amigos. Y le he tenido que dar 3000 más. Con miedo. Con prisa. Con generosidad. Sin riesgos.

Saltándome una buena cola de "Misioneros a Tierra Santa", he logrado llegar al mostrador con inusitada rapidez. Ya había confirmado mi billete "a la latinoamericana", es decir, tres días antes. Y además tenía tarjeta de embarque sacada en Madrid, y sin darme cuenta. El tipo del mostrador me ha ofrecido 450 euros por retrasar mi viaje, por el overbooking. Aunque se trataba de una oferta atractiva, yo quería irme. Y había dejado muchos rastros. A pesar de los sobornos. A pesar de no haber hecho demasiados estropicios en el minibar. A pesar de que IEDE se sentía extrañamente agradecido.

Pero Chile había terminado. Tal vez por ahora.

A modo de epílogo

De lo que ocurrió en el viaje de vuelta, no merece la pena rescatar nada. Salvo mi indignación, protesta e incitación a la revolución por no disponer de canales de audio para oír música, ni para ver las pelis (aunque eran horrorosas), ni siquiera luz individual para no tener que dormir durante nueve horas con horario chileno.

Conseguí que encendieran las de todo el avión solo para mí. Y que me pidieran permiso para quitarlas.

Fe de errata (lo que son las cosas)

Por un tremendo descuido, un día ha quedado sin salir al aire. Debería corresponder al día 10, con lo que los demás correrían un puesto a partir de ahí.
Ahora es tarde para acordarse de todo. Además si no me acuerdo es porque seguramente habría pocas cosas de las que acordarse.
Haciendo memoria, creo que por la mañana hice lo de siempre. Y por la tarde fui a IEDE y tuve MBA.
Por la noche, tomé cervezas hasta las tantas con los más decididos de mis alumnos. Y tal vez este fuera el motivo del lapsus.

Y como no, mis recuerdos agradecidos…

A IEDE por obligarme a ir a Chile y pagarme después.
A Santiago por no dejarme salir de sus city limits.
A los alumnos en general, por convertirme en un inmerecido y ahora engreído gurú.
Al Mercurio por mandar a un pájaro a que le soltara un rollo ficticio, y que osarán publicar.
A los hippies por dejarme ser su amigo, dejarme destrozar sus porros, y dejarme (aunque tarde) en el Hotel.
A las cervezas, por permitir ser bebidas.
Al minibar por no delatarme y no dejarme beber con su infalible estrategia de precios.
A mi habitación por acompañarme, encerrarme, y permitir mi desorden (y mi asqueroso humo).
A los Océanos, que me engañaron el hambre (aunque cada vez venían más escasos, y casi sin atún).
Al ratón inalámbrico que nunca lo fue.
A la nativa por contarme que la vida es bella en Pascua, pero que las raciones en Santiago se ven y no se tocan.
A la gente que se muere por hacer Conector, porque me da la impresión que se morirá sin hacer Conector.
Al Luguria por su ensalada griega y su Kunksman, y porque nunca pagué un peso.
A La Batuta por ayudarme a comprender que el rock nunca muere, aunque allí yo ví algún muerto.
A Queta, o Quera, o cómo diablos se llamara, porque me hacía las copias y no me dejaba hacer nada.
A los bedeles porque ni aún terminando siendo íntimos terminaron de no llamarme otra cosa que señor profesor.
A la Amucama, porque se preocupaba y mucho de que no me quedara más tiempo del necesario trabajando en mi habitación.
A mis zapatos chilenos, no sé muy bien si por su color caca, por llevarlos todo el mundo, o por hacerme una herida que dejara cicatriz.
Y a Santiago bis y el alumno llamado Jorge, porque me pagaron muchas cosas intentando que yo les guiara con su proyecto, y les correspondí con cosas que me iba inventando.
Y al chileno llamado Rivas, porque él me captó, él me ayudó, y él nunca me sacó a cenar (pero seguiremos siendo buenos amigos, porque no he pasado demasiada hambre).
Y a mi portátil, que me obligó a estar conectado en lo bueno y en lo malo...y que me ha permitido escribir este tocho...

Solo quiero una pistola y un niño de San Ildefonso

Noviembre de un año impar. Sus cifras suman veinticinco, pero no ha llegado el fun, fun, fun. Ha llegado la hora de enfrentarse a la verdad, pero la verdad no hace ninguna gracia. Hay que madrugar para sufrir y anoche me acosté tarde. No es que no quiera pasarlo mal, es que tengo sueño. Comprensible ¿no?.
Como es domingo, he secuestrado el despertador. He movido sus manecillas, he quitado la alarma, lo he puesto boca abajo, y lo he tapado con una manta. Solo un destino incoherente hará que suene.
No ha sonado pero me he despertado. Castigo divino. Debe ser. Ya no puedo conciliar el sueño porque con mi mala suerte pudiera ser con la estantería de libros encima de mi cabeza.
Arriba. Sin pereza. No hay nadie en casa. ¡Qué majos!. Sabiendo el día que es hoy y me abandonan.
Curiosamente me paseo por la cocina sin abrir la nevera. Vuelvo a pasar, y nada, que no hay manera. No debo tener hambre y eso es raro a estas horas.
Ha llegado el periódico. Está en el suelo, junto a la puerta. Agacharse y cogerlo es lo lógico, sobre todo si se quiere leerlo. Es más cómodo que enfocarlo a distancia
Tampoco quiero. Ni comer, ni leer, y ya ...ni dormir. Llego a la conclusión de que o estoy desganado o soy un vago de tomo y lomo. No me apetece resolver el enigma, y decido sentarme.
Observo mi casa. A las once menos cuarto de la mañana todas las cosas están en el mismo sitio que a las seis y veinte
Delante mío hay un pequeño televisor. Está apagado. Miro el reloj. Cinco minutos para las once. La tentación comienza.
He comenzado a sudar. Tengo frío y calor, y las manos me hacen malabarismos extraños. Un extraño tic me castiga el ojo derecho. Estoy inmerso en un baile de San Vito incontrolable.
Ante mí, esa oscura pantalla que parece decirme “enciéndeme”. Me levanto y noto que las piernas parecen un acordeón. No puedo andar. Me vuelvo a sentar.
Intento no mirar ese televisor apagado. Si lo hago, lo encenderé. Pero la tentación me tiene bien cogido.
No me queda más remedio. ¡Allá que te voy! Nada. No sale nada. ¡Menos mal! Parece que voy tranquilizándome.
Pero no. Para mi desgracia, he observado un enchufe caído en el suelo.
La tentación no parece contentarse con descontrolar las partes de mi cuerpo, sino que también quiere darme trabajo.
En un abrir y cerrar de ojos, realizo la operación completa. Cuando quiero darme cuenta, estoy otra vez sentado y haciendo extraños juegos de manos.
Efectivamente, la televisión lanza hacia mis ojos aquello que inconscientemente yo había estado intentando evitar. Un sorteo. Odio los sorteos, los décimos, los loteros, y a los inocentes niños de San Ildelfonso.
Las apuestas me descomponen. No tengo suerte y por ello reniego de todo este aparato del azar.
Pero lo de hoy no es un sorteo normal.
Hay bolitas, si. También hay bombos. Hay curiosos, y tipos de esos que están trás una mesa sin hacer nada. Incluso la voz del comentarista me resulta terriblemente familiar.
Poco a poco, este espectáculo tan querido para mí va atrapándome. Y me siento tan ridículo en un sorteo sin tener una mísera participación. O por lo menos eso creo.
Los bombos giran. Su ruido ensordecedor causan en mí un efecto parecido al de la vecina del 4ºB ensayando para la Coral de Peñagrande. Es decir, pavor.
Me he percatado de que yo también participo. Tengo un décimo de “Mozo en próxima incorporación a filas” y no deseo ganar el primer premio. Odio a la bola. El bigote del lotero me da mala espina.
Lo que más gracia me hace de todo esto es el nuevo vestuario de los supuestos huérfanos de San Ildefonso. Verde. Con escuditos. Con sombrero de plato. Son más bien mayorcitos, y sus voces son roncas. Temo por mi suerte. ¡Que alguien pare todo esto!.
¡Allá va!. Han llamado a un voluntario para que extraiga la bola y cante. Y hay que ver al tipo. Me parece haberle visto en una película de Jerry Lewis.
¡Eh! ¡Ha dicho algo! Ininteligible, ciertamente. Ha soltado un bufido y yo no he traído intérprete. No le habría costado nada abrir la boca y vocalizar un poco. No le pido un discurso, pero sí algo más que un eructo.
Pero no hay repetición. ¡Dios sabe lo que habrá dicho!. El muy animal está tapando la bola y no se la enseña a nadie. La Fuerzas del Orden le invitan a hacernos partícipes del resultado, pero él se niega mientras ríe.
¿Qué es esto?. El esférico ha caído al suelo. Los tipos de los escuditos corren velozmente pegando zapatazos. ¡Qué chungo!. Un bufido, una ocultación de pruebas, y ahora una huida. La palabra tongo…¿Es aplicable a éste caso?. A mi no me importa que no me toque, pero lo que no soporto es que sorteen cosas ayudándose de las mangas.
El desbarajuste se ha arreglado, más ó menos. El individuo del conflicto ha sido reducido y puesto en un taxi. ¡Aire! Le han sugerido.
Pero la bola no aparece.
Segundo intento. El de ahora sí que es bajito. No sale en pantalla, pero lo adivino por las risas del público. ¡Ah, ya! ¡Ya le veo!. El “lotero” está apoyado en él.
Le buscan un asiento para que llegue al bombo. Lo que necesita es una escalera, ó tal vez un trapecio. Finalmente ha optado por subirle a hombros, y el que lo hace parece un cabezudo.
Giran los bombos. El enano aprovecha la ocasión para mirar a la cámara y marcar perfiles mientras saluda.
Ahí llega la bola. En las manos del liliputiense parece una bola de beisbol.
Dice el número, pero lo dice tan bajito que él mismo pregunta al público que quien diablos le susurra en el oído derecho.
Muestra la bola. Un ocho y un veinticuatro.
Se arma el follón. Cae el enano al suelo porque su soporte resulta ser también el escribiente.
Una inmensa mancha verde ocupa el televisor. Debe ser un tubo fundido. ¡Ah no! Son un montón de uniformes militares que tapan el objetivo.
Ahora sólo veo páginas de ordenador, y muchos dedos, y manos haciéndose burla.
No me estoy enterando de nada. Habrá que esperar. Apago la tele y me largo. El periódico dirá algo mañana.
Pero no puedo. Vuelvo a encender la tele. Misteriosamente todo se ha resuelto amordazando a los de la primera fila. Estos son siempre los más gamberros.
La televisión no da resultados, pero sí algo así como una fórmula matemática…
“Súmense los números, descontándose sus inversos elevados a la undécima potencia.
Si su logaritmo neperiano es igual ó menor que uno, debe multiplicarse por sus números imaginarios y sacado su máximo común divisor.
Llegado a éste punto, ha de dibujarse su representación espacial. Debe salir una hipérbole ligeramente torcida hacia la izquierda.
Quien llegue a éste resultado debe entonces contestar cual era la verdadera nacionalidad de Euler-Venn, antes de casarse con la cuñada del creador del producto cartesiano.”
***Para más información, consulte con el Departamento de Logística del Ministerio de Defensa.
He llenado papeles y papeles y mi conclusión es más bien triste. O me voy en el 5º Reemplazo a la Región Sur, ó me he equivocado despejando un polinomio.
Un hombrecillo con gafas da el resultado correcto…
“Los nacidos entre los días 24 de Agosto por la mañana y el 17 de Septiembre tras el aperitivo, quedan exentos del Servicio Militar.
Pero aquellos cuya fecha de nacimiento sea próxima al verano lo llevan bastante claro, porque para ver el sol van a tener un añito entero.
Los de Julio a Ceuta y los de Junio a Melilla. Todos los demás deberán echarse a los chinos quien será marinero, y quien poseerá los mejores paracaídas.
Aquellos con deficiencias físicas destacables, deberán realizar unas pruebas de supervivencia en el Pirineo leridano, para demostrar que no están sanos como robles. Recibirán en breve y en sus domicilios el material necesario y que incluye un macuto y un cuchillo toledano de campaña.”
Y como haciendo cálculos da la terrible coincidencia de que soy uno de esos inoportunos retoños veraniegos cuyo destino le depara una próxima estancia en Africa, no me queda más remedio que ó resignarme ó falsificar mi partida de nacimiento.
Pero yo no soy un ganster, aunque tampoco muy valiente. Dudo un momento.
Mi sino, inevitablemente, no aguarda todo éste tiempo. Quiere una respuesta ya.
Me han dicho que en Africa uno puede obtener un bronceado envidiable.

...En los muertos del moro

Teníamos sueño, mucho sueño. Nuestro cansancio era agotador y solo nos apetecía dormir. Las noches nor-africanas son pegajosas. Todo parece estar húmedo, y las sábanas se te pegan como si fueran esparadrapos embadurnados en super-glue.
Joan y yo habíamos trabajado duro aquel día. El había jugado al tenis hasta la saciedad, y yo había aguantado estoicamente los agobios del Teniente. Teníamos sueño, por tanto.
Decidimos ir a mi cuarto. Es una habitación acogedora donde las halla, plagada de zapatillas malolientes, posters de Marta Sánchez, y alguna que otra incompleta indumentaria militar. Cuando llegamos, mis compañeros no estaban, pero habían dejado su inconfundible rastro: restos de mortadela por todas partes.
Aquella noche todavía teníamos en nuestro poder el televisor y el vídeo. Joan quiso agotarse un poquito más y se torturó viendo video-clips de Madonna. Yo había decidido darme un merecido respiro. Deseé que se me pegaran aquellas asquerosas sábanas.
No tardé mucho en conciliar el sueño a pesar de observar con cierto detenimiento la fauna silvestre que me rodeaba. Poco después, estaba como los angelitos.
No recuerdo cuanto tiempo había transcurrido hasta que me despertó el Sevillano. De todas las pesadillas posibles creo que la más odiosa es la de un tipo despertándome en la oscuridad de la noche para hablarme de la línea de centrocampistas del Sevilla 88-89. Es muy superior a mí.
Pero aquellos cariñosos empujoncitos que casi me hacen caer del catre tenían una intención bien distinta. El Sevillano pedía socorro.
Yo tenía las sábanas tan pegadas a mi cuerpo que no podía moverme. Abrí un ojo, pero poco, medio guiñándolo. Todavía no había diferenciado la pesadilla del mundo real y ahí estaba ese sevillano pegando gritos.
Joan se acercó con esa ridícula cojera resultante del agotamiento, y le ayudó a levantarme. Yo contestaba cosas sin sentido, y tan pronto llamaba al Teniente como tarareaba coplitas.
La agobiante presión de mis dos compañeros me hizo entrar de lleno en la realidad. Había que incorporarse de inmediato.
El Sevillano se tranquilizó y terminó por explicarse. Yo oía palabras sueltas como “moro” “dos metros” y no se qué de “guachi-guachi”. Mis ojos se iban cerrando progresivamente, pero de vez en cuando volvía en mí sobresaltado por esos gruñidos de claro deje sureño.
El Sevillano nos hablaba de un moro enorme apostado en una esquina, y que le llamaba. Como él quería ver el Teledeporte no le prestó demasiada atención, y el moro le dijo algo en un idioma extraño. El Sevillano no sabe idiomas y por lo tanto no le entendió. Bien pudiera haberle dicho “buenas noches” como que le iba a hacer una costurilla en la panza con su daga de Marrakech. Lo que el Sevillano habría necesitado era un intérprete. No queda bien irse sin saludar ó decir unas palabritas de cumplido, ya que nunca se sabe la cantidad de puertas que una buena educación puede llegar a abrir. (Ciertamente hay ocasiones en que una cultura intercontinental puede solucionar muchos apuros; un chiste bien contado y con un perfecto acento arameo puede librarte de una redada en Tel Aviv; un piropo gracioso en kurdo septentrional puede salvar tu cuello cuando te pillan mirando a una mujer tapada hasta las cejas).
Pero aquel inmenso moro de barba poblada tenía cara de hambre, y se había acabado el Ramadán.
El Sevillano solo pudo hacerle un gesto con la cabeza, y huir con más miedo que vergüenza.
Y ahora estaba ahí con nosotros. Pedía protección, apoyo, ayuda, socorro, auxilio, y un poco del bocadillo de jamón York que Joan devoraba mientras le escuchaba. No se lo negamos, pero Joan le advirtió que no tenía mantequilla y que por lo tanto estaba algo seco. Hábil treta.
Nos pusimos manos a la obra.
Me puse las chanclas y el Sevillano me dijo que no era una buena idea, que él que yo se pondría unas zapatillas de esas de correr los cuatrocientos metros / vallas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Turbar mi apacible sueño para pegar saltitos delante de un moro!. Resultaba ridículo. Yo quería ir detrás, no delante. Y no es que me importara demasiado, pero habíamos quedado en perseguirle, no en rehuirle.
Finalmente me convenció. Una mirada al Marca cargada de intención me hizo reaccionar. No quería volver a escuchar la lista de fichajes del Cacereño. Salimos a la calle.
Una vez situados bajo el negro manto de la noche del desierto, nos percatamos de que habíamos olvidado algo: las armas. Vuelta atrás.
¿Cómo podíamos armarnos? No podíamos enfrentarnos a ese fenómeno de la naturaleza con insultos, escupitinajos, ó un “haz el favor de salir de aquí”. No era por nada, pero sin conocerle y procediendo de una cultura ajena, se haría literalmente el sueco. Lo que necesitábamos eran armas contundentes, que asustaran.
Inspeccionamos con cierto detalle nuestro amplio polvorín y cogimos lo que pudimos. Tres palos de fregona. He de reconocer que no resultaba de lo más apropiado, pero confiábamos en nuestras habilidades de esquivar y dar.
Nos llevó nuestro tiempo decidir quien sería el primero en salir. Mentalizados de que cualquiera era lo suficientemente capaz de encabezar aquella misión, y siendo todos valientes, no quisimos ser injustos los unos con los otros. Nos lo jugaríamos a los chinos.
En un primer intento, el Sevillano pierde, pero se queja de que Joan esconde los dedos cuando se pone a contar. Repetimos. El Sevillano no pierde de vista los juegos de manos de Joan, pero mientras tanto yo se la juego por detrás con unas triquiñuelas de tahúr aprendidas en un cafetín de Nador.
El perdedor sería el cabecilla.
Era una noche oscura y no soplaba el aire. Ante nosotros, un larguísimo pasillo que nos amenazaba.
Temíamos la sorpresa, la colosal aparición de ese monstruo de tez morena. Cada esquina creaba un nuevo miedo. Cada metro de aquel tortuoso camino, nos ponía un poco más nerviosos.
El Sevillano trataba de disimular su temor recitando en voz alta alineaciones de la Primera División, pero cuando llega a los reservas, volvía a inquietarse. Yo vigilaba silenciosamente la retaguardia, y deseaba con toda mi alma que no se posara sobre mi espalda una negra mano de medio metro de diámetro.
No encontramos nada. Ni moro ni nada que se le pareciese. Nuestra presunta víctima había desaparecido, ó tal vez nunca hubiera existido.
Echamos una mirada inquisidora al Sevillano, y él se disculpo por los muertos de Manolete que lo que había visto era verdad. Mucho nos temimos que su imaginación le había jugado una mala pasada, y unas paternales palmaditas en su espalda nos podían servir para continuar durmiendo. Pero aquel sevillano testarudo quería guerra y no se daba por vencido. Había que seguir buscando.
Anduvimos un buen rato sin encontrar nada. De vez en cuando no podíamos evitar dejar escapar unas risitas al vernos con aquellos palos de fregona.
La única solución parecía ser la de llamar a la Patrulla de Guardia y que nos echaran una mano.
Tuvimos suerte que esa noche vigilará la Legión. Estos tipos parecen no ser humanos, y se tatúan con dibujos muy extraños. Suelen ir descamisados hasta la cintura, fumar cosas raras, y hablar y maldecir a destajo. Por un trago de whisky les puedes tener a tu servicio toda una noche, e incluso hacerte con ellos una foto para luego enseñársela a tus amigos.
Pero aquella noche no teníamos whisky y sí un aspecto ridículo que les haría reír y seguramente pegar unos tiritos al aire.
Joan se apresuró a actuar como intermediario. No sé que les dijo pero acabó convenciéndoles. Al cabo de un rato habíamos formado una cuadrilla y teníamos armas de las de verdad.
El moro seguía sin aparecer y los legionarios comenzaban a bostezar. Nos concedieron una última oportunidad y si no, se irían. Lo intentamos de nuevo.
De repente un ruido, una botella que cae, y unas hojas de árbol que producen un chasquido al pisarlas. Las señales vienen del bar y hace horas que lo han cerrado.
La alerta es instantánea y los legionarios cargan sus fusiles. Nosotros permanecemos a sus espaldas con los palos de fregona en posición amenazante. Si fallan ellos, intervendremos nosotros.
Unas cariñosas invitaciones a una entrega incondicional nos sirven para ver el rostro del intruso. Es un moro, sí, pero no muy grande, más bien insignificante. Lleva los brazos en alto y pronuncia unas palabras en un pésimo francés.
¡Esta es la mía!. Como he terminado el segundo tomo de El francés para todos puedo entenderle perfectamente. Nos presentamos.
Ambos: Bonjour, bonjour.
Moro: Comment Ça va?
Yo (con un académico francés): Trés bien, merci. Et vous?.
El moro asiente con la cabeza, y yo me lanzo.
Yo (rascándome la oreja derecha): Je m´appel Pablo et je suis un soldat.
El moro no se corta.
Moro: Il fait chaud cette nuit.
Yo prosigo.
Yo: Oui, ce vrai. Je veux boire mais je ne trouve pas ma bouteille d´Armagnac.
El moro ríe. Su escandalosa carcajada queda repentinamente acallada por el incipiente cañón del fusil de un legionario.
Moro: Je suis tunisien et je cherche quelque chose a manger.
Después sigue con una disquisición sobre la vie et la mort pero como pronuncia mal, no me doy por aludido.
Le invito a que salga.
Yo (echándome el flequillo hacia atrás): Vous avez de sortir tout de suite!.
El moro llora. Yo dudo si la verdadera causa de sus sentidas lágrimas son porque le ha gustado el lugar, ó que le asombra comprobar mi refinado francés.
Termina por ser escoltado por los novios de la muerte.
Misión cumplida al fin, y ya son las tres de la madrugada. Nos despedimos de nuestros patrulleros ocasionales y volvemos a la habitación.
Por el camino el Sevillano nos dice que nos hemos confundido de moro, y que el suyo sigue siendo enorme. No le escuchamos.
Ya era suficiente por aquella noche, pero por si acaso, decidimos dormir con los palos de fregona al pié de nuestras camas.
El Sevillano se caga sucesivamente en los muertos del moro, y echa una última miradita por la ventana.
Rezamos porque no viera más cosas raras y el cielo nos oye.